Una mirada, una caricia, un trozo de chocolate en la boca, el aroma de la dama de noche, una melodÍa explosiva o serena; una voz.
¡Qué importante puede ser una voz! Sentir los tonos graves, los agudos, la vibración, las pausas, la entonación, el acento. Saber que con ella aparecerán imágenes, recuerdos, sensaciones neutralizadas por el silencio, por su ausencia.
¡Cuánta pena surge cuando el recuerdo la borra! El tiempo pasa y no has vuelto a escuchar esa voz, que tanto te gustaba, que a veces se desagradaba; escucharla de nuevo, eso es lo que en realidad te importa. Quieres que vuelvan a tus oídos las notas de su voz, que se deslicen con dulzura por la cavidad auditiva, que el vello se te erice, que se desarrolle toda una maraña de raíces sonoras; porque ya has olvidado cómo era.
Porque casi ni la escuchaste.
Dicen que mi abuela paterna tenía una voz grave y que hablaba con timidez. Yo no la recuerdo; ya han pasado muchos años desde que calló para siempre. Solo la escucho a través de otros, que seguramente ni recuerdan cómo sonaba; porque el tiempo, por desgracia, lo primero que borra es una voz.
Ojalá hubieran existido las grabadoras y ahora pudiera escucharla. Pero no tenían ninguna.
No. No había nada de eso, al menos no estaban al alcance de un pobre jornalero.
Me quedaré con la imaginación y con esa voz artificial que se desprende de sus labios congelados en las fotos.
Una voz fotográfica.
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