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Mostrando entradas de octubre, 2013

Economía de raíz humana: ricos y pobres

El otro día leí que, a pesar de la crisis, en España ha aumentado el número de ricos un 14%, lo que me irrita muchísimo y me parece terriblemente insoportable. ¿Cómo puede ser que crezca la riqueza de unos pocos cuando la gran mayoría se empobrece? ¿Cómo me hago yo mismo esta pregunta sabiendo que es lo que ha ocurrido siempre en la historia de la humanidad? Pero lo más curioso de todo es que aun habiendo sido esta la tónica general, esa que dice que siempre hay más pobres que ricos, la mayoría permite que esto siga sin verse alterado. Ni revoluciones ni guerras ni muertes ni huelgas... nada es capaz de cambiar de raíz el problema, ese tremendo desajuste humano que separa ricos de pobres con tanta brutalidad e injusticia. Antes hubo jefes de tribu, luego patronos, señores con grandes tierras, nobles, burguesía, grandes empresarios, monarcas... todo lo ha dictado el poder pecuniario mal repartido y las tradiciones fijas, las que parece que salen de los genes directamente y no hay movim

Silencio entre voces que no callan

Ya en mi última semana de trabajo en el hotel, me encuentro en una extraña situación, algo así como el enfermo que se bate entre la vida y la muerte. Las ganas de terminar son inmensas, pero no sabría decir si superan a las de la tristeza por dejar de trabajar y perder esta cierta estabilidad económica que me proporciona, aunque no mental ni saludable. El hotel está tranquilo. ¿Dónde fueron a parar las ingentes masas de personas adultas que parecen burros y berrean y aquellas tiernas criaturas con capacidad pulmonar para ensordecer? ¿Dónde? Ubi sunt? ¿dónde se han metido las quejas inconsistentes, las estupideces humanas, el ruido de la fuente? ¿Dónde? ¿Dónde está todo ese bullicio, ese trabajo que se hace infinito? ¿Dónde la sensación de no disponer de tiempo para terminar tus tareas? No queda casi nada aquí. El hotel ya casi cierra sus puertas por esta temporada y ahora cuatro gatos insuflan vida al bar de la recepción. Por poco tiempo. Y las horas se eternizan y ya los clie

Cambiantes como el río de Heráclito

Analizando mi interés por los libros me doy cuenta enseguida de que ya no me atrae tanto la historia que cuentan como la manera en que lo hacen los autores. He leído tantos libros en mi vida que ya es difícil encontrar uno que me cuente algo nuevo, que sea capaz de sorprenderme por lo inesperado de la trama. Es todo ya tan previsible que aburre. Lo que sería de esperar ahora habría sido que no leyera más novelas en mi vida; en cambio, como suele ocurrir en todo ámbito de la realidad, nos adaptamos, me adapto y acostumbro a cambiar las lecturas. Ahora leo más ensayos, más correspondencias y novelas que cuentan las cosas ampliando mis horizontes narrativos, lo que a su vez influye asimismo en mi propia visión del mundo, mi propia capacidad de observar, ya de por sí desarrollada. Soy observador desde antes de tener uso de razón. Podría decirse que es uno de mis rasgos distintivos. Pero ser observador en la lectura no es algo tan relevante, al menos no en el sentido de que se sea realment

Soy como un globo

Un globo se infla con muchas ganas y mucho pulmón, sobre todo esos que son muy pequeñitos y que se alargan como una salchicha infinita. ¡Y con qué facilidad se desinfla si se pincha o en caso de soltar la boquilla sin haber hecho el correspondiente nudo! Me pasa lo mismo cuando leo. Estoy concentrado en mi lectura, viendo pasar la película que me están narrando y voy montándome al mismo tiempo mi propia historia. Me acechan las ganas de escribirla. Corriendo enciendo el ordenador o abro el cuaderno para comenzar a contar el relato que minutos antes se había empezado a desarrollar en mi cabeza y ¡pluf! todo se desinfla y se escapa el aire de las palabras que no llegaron a plasmarse, congeladas en un tiempo enlazado automáticamente al libro que reposa en mis rodillas o en la mesita de al lado. Tal vez me empeño en escribir lo que no tiene escritura. O como se dice será que lo que iba a escribir era mentira, ¿no? ¿Acaso todas las historias no lo son?  ¿Existe una fiel a la realidad?

Hablar solos

He empezado a leer "Hablar solos" de Andrés de Neuman y he de reconocer que me está gustando mucho el modo que ha elegido el autor para contarnos la historia de un padre, una madre y su hijo de 10 años. El título hace referencia al diálogo interno de cada personaje para hacer avanzar la historia. meterse en cada una de las cabezas es una tarea complicada, que por el momento el autor sabe afrontar con holgura. Lo que me hace pensar ya de antemano que el libro ha de ser bueno es el título: hablar solos es una acción que nos ocupa la mayoría del tiempo, por no decir toda la vida. Todos hablamos solos con nosotros mismos todo el tiempo. Cuando digo todo el tiempo me refiero a todo el tiempo. ¿Acaso hablar con otro no es en realidad hablar con uno mismo? ¿Soñar no es hablar consigo mismo? ¿Escuchar una canción es hablar con uno mismo? ¿No es este título motivo suficiente para abrir sus hojas y escuchar las conversaciones de los personajes? Después de terminar el libro de Muño

Goku y Vegeta en una lucha interminable o tal vez no.

De la lluvia de cambio de estación me gusta su improvisada danza sobre los tejados, sobre las copas de los árboles, sobre la mesa del bar casi descolorida, sobre el capó del coche o sobre la superficie de esa lata de coca-cola que alguien guarro (¿Para qué engañarnos?) ha dejado tirada sin misericordia. Tan improvisada que aparece cuando segundos antes el cielo estaba despejado y no soplaba ni la más mínima brisa. Se presenta sin más, como aquí anoche. De repente, sopla el viento, se humedece el ambiente y la atmósfera hace amago de invierno, pero solo amago porque tras caer una lluvia pesada, de gotas gordas, como cuando la abuela tira el agua sucia del cubo de fregar desde la puerta a la acera de la calle, regresa el calor y se seca todo. ¿Quién diría que se había derramado el cielo minutos antes?  Anoche cayeron tres chapetones, como se dice en mi pueblo, y las gotas hicieron sonar las cúpulas del hotel como las castañuelas en una danza andaluza. Animaron la noche, por decirlo

Momentos culminantes

Todo gran libro tiene un momento culminante casi llegando al final.  La vida, vista como una sucesión de capítulos o incluso como una biblioteca de libros y, por consiguiente, de historias, posee momentos culminantes por doquier y a todas las horas, solo hay que saber buscarlos, provocarlos, tal vez solo saber mirar, escuchar, prestar atención a lo que en realidad nunca se presta atención aunque parezca que sí. Localizarlos es más sencillo de lo que creemos, tan solo hay que proponérselo y ser capaces de separar lo esencial de lo sobrante, cambiar la mirada, porque lo que realmente da culminación a un momento no es lo externo sino lo interno, el hecho de que el que mira quiera y provoque que eso en concreto sea especial. Creer que algo es único y especial lo hace cúspide de una montaña nueva e inexplorada. ¡Qué divertido puede ser todo cuando se mira desde otra perspectiva! La cuestión es que yo adoro los puntos tensos de los libros, el momento en que en un par de páginas

El recuerdo inventado

Uno se agobia pensando en lo fugaz del tiempo cuando uno se topa, de repente, con algo inalterado, como el recuerdo de un lugar que lleva años sin visitar y que para la persona permanece tal cual, como detenido y aislado de toda metamorfosis.  Estaba leyendo esta tarde en la cama antes de dormir y, aunque seguía pasando la vista por las frases de la página, mi cabeza se había trasladado instintivamente al pasado. Deambulaba por las calles de la vieja ciudad francesa de Pau y me detenía a mirar el balcón de la casa donde viví una vez, como lo puede hacer un fantasma que ha dejado la vida y observa con detenimiento los lugares que fueron parte de su existencia. Allí estaba yo en la cama con el libro en alto y la mente lejos, en otra parte inventada, en un lugar que con toda seguridad no es el mismo, porque no puede serlo, porque el tiempo ha debido de transformarlo todo, como es costumbre suya o, al menos, si no el tiempo, la mano del hombre habrá colocado una farola que no estaba o

Soñar despierto por no poder hacerlo dormido

Aquí a estas horas sin haber pegado aún los párpados en ese sueño reparador de cada noche, cansado y con la mente puesta en las sábanas frías de mi cama, me hallo resistiendo la tentación de dormir en este escritorio que ha sido mi compañía nocturna, mientras trabajaba. En la penumbra de cuatro focos de luz encendidos y apesadumbrado por las espadas de las sombras, a veces he sentido en la nocturnidad de ayer, que para mí sigue siendo hoy, el silencio externo así como la voz mía que me ha robado la faringitis y me he perdido en mí mismo, al mismo tiempo que rellenaba informes, cerraba el trabajo diario y preparaba el del día posterior. Ver pasar las horas cuando no pasan es aburrido e incita a filosofar. Filosofar sobre muchas cosas y nada a la vez, porque la mente fluye mucho, pero se desparrama de cansancio y es incapaz de retener todas las buenas ideas que van surgiendo. Solo pienso en realidad en una habitación a la que debía despertar y desperté, sea dicho de paso, a las 5 horas