La mente es una maraña de filamentos interconectados. Uno de esos filamentos es el musical. De hecho, me ocurre, como supongo que a la mayoría de la gente o como ocurría en la novela de Proust a Marcel con la magdalena, que cuando escucho una canción, un cantante o un grupo enseguida se me viene a la cabeza la cara o algún recuerdo asociado a alguien en concreto.
Esta mañana de camino al trabajo me ha sucedido que, al tararear una canción de Amaral, me he acordado de mi amiga Eva. Así es que Eva equivale a Amaral, del mismo modo que Brel equivale a Bego o a Rosa Sanmartín, Los mojinos escocíos a mi primo Esteban, La Oreja de Van Gogh a Adelina, Serge Gainsbourg a Mathieu, Les Ogres de Barback a Mathilde, Shakira a Ro... y así con todos mis amigos.
Este tipo de asociaciones aleatorias, en muchos de los casos, me parecen asombrosas, extraordinarias. Y no solo eso increibles: a veces puede suceder que la melodía acompañe toda una partitura de objetos o recuerdos. ¿No es curioso?
Simplemente, fabuloso.
Una melodía por un amigo. Una melodía contra el olvido.
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