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Mostrando entradas de octubre, 2012

Un sueño complicado

Oscuridad. Me despierto todos los días y todas las noches a la misma hora. Y solo hay oscuridad. El recuerdo del sol, de la luna y de las estrellas se va difuminando en cada despertar. La memoria se derrite y con ella mueren los árboles que vi y su concepto; las hojas que los coronan y sus ramas; el sapo, el pájaro, el caballo, la gallina, el cerdo, la zorra; los animales son ya en mi cabeza una masa enorme y deforme, con los colores mezclados y aromas y sonidos incomprensibles; el cielo.  ¿Qué es el cielo?  Ya no es casi nada. Solo veo oscuridad. Esa profunda falta de luz me abraza y constriñe con voracidad. Lo peor de todo no es ese olvido. El verdadero horror se halla en el hecho de que ya no sé cómo son mis ojos ni mis orejas, ni mi barbilla ni mis manos o piernas, casi no recuerdo mi voz o algún rasgo de mi cuerpo característico. ¡Ah, espera! Me ha venido a la cabeza una idea, un recuerdo tal vez o una invención; pero algo es algo. Recuerdo de repente lo que es un

La búsqueda. La quête de Brel. La mía.

Nunca subo vídeos ni canciones. Hago hoy una excepción para compartir a uno de los grandes de la música, al último trovador. Y esta canción en concreto me da energía, porque es la exaltación de la esperanza, del sueño. Necesitamos soñar hasta la saciedad, si no queremos morir en el fango que inunda cada día más nuestras realidades. Rêver un impossible rêve                                                               Soñar un sueño imposible Porter le chagrin des départs                                                         Llevar la pena de las despedidas Brûler d'une possible fièvre                                                             Quemar por una posible fiebre Partir où personne ne part                                                             Marcharse donde nadie se marche Aimer jusqu'à la déchirure                                                              Amar hasta el desgarro Aimer, même trop, même mal,                                        

A curumbillo

Cuando uno está melancólico irremediablemente viaja al pasado, a momentos que pasaron una vez y que marcaron nuestra existencia.  Era un día soleado, no había nubes ni niebla alta, el cielo azul se extendía sobre la cabeza de aquel niño que sube al patio de su casa encalada, mira hacia arriba donde ve un castillo árabe y se imagina historias de princesas encarceladas en la habitación de la torre principal y, tras agarrar su pequeña bici de cross, sale a la calle con su padre. Hacía frío, era el aliento helado de la montaña, cuando se lanza hacia la costa, hechizado por el mar y un río bravo que serpentea por un valle arado por su travesía milenaria.  La fuerza del recuerdo crece conforme avanza la melancolía. El niño se monta en la bici y empieza a pedalear. Su estabilidad aún no es demasiado firme. Se percibe en él más una agitación que lo lleva a dibujar en el camino de arena huellas de serpiente, que la línea recta que deberían trazar las ruedas de su bici; semeja

Un pájaro con sueños libertarios.

Esa gota que cae de la nube y se escurre por la superficie blanca del huevo será pronto el fin de la sed de un pajarillo, que golpea ahora con insistencia el cascarón. Primero rompe una parte; luego consigue sacar la cabeza y destroza el resto de la que ha sido su casa, su lugar de nacimiento.  Pasa el tiempo. La piel negra y rosácea va cubriéndose poco a poco con pequeñas plumas que se agrandan cada vez más. De pequeño y rechoncho pajarillo se convierte con dulzura en un esbelto pájaro fino y elegante. Ya no abre la boca exigiendo la comida que le proporciona su madre.  Ahora canta. Es ágil y puede volar.  La comida le espera. El mundo es colosal: un cielo enorme, azul, de fuego rojizo y anaranjado en ocasiones; una yema de huevo candente que se derrite en las comisuras del horizonte. Quiere volar y abandonar ya el nido.  Extiende las alas. Nota el aire acariciando las oquedades de las plumas. Agita las alas. Va a volar. Se impulsa con las patas. Pa

Mirada introspectiva mortal

Georges de La Tour, la Madeleine à la veilleuse Quién no se ha visto alguna vez reflejado en la pose de esa persona que mira con tristeza el baile deslumbrante de la llama de una vela en la quietud de la noches, casi como muerta y despojada de su cuerpo, que ha quedado inmóvil, aunque en apariencia vivo. La carne sigue ardiente, el pelo mantiene su brillo negro y en sus mejillas se dibuja todavía el rubor de la energía vital. Sin embargo, hay algo que se ha roto, se ve en su mirada, en la pose relajada y en esa sensación que produce la mano sobre su regazo; acaricia una calavera sin ojos ni envoltura, símbolo de sus preocupaciones, de sus ansias nuevas de abandonar ese cuerpo y, con él, toda una realidad tediosa, aplastante, demasiado oscura, como la noche, ya sin estrellas ni luna, como aspiradas por un agujero aparecido de repente y de repente desaparecido. Pero ya no es nada igual. Esa persona mira la llama, pero a veces, en su miseria, descubre, al otro lado de

Sorolla y ese atardecer serrano

Hay hojas en el sueño y los árboles aledaños al Genil a su paso por Granada muestran la vida en la variedad de colores de sus hojas, que mudan a cada segundo, sin ser nunca una hoja igual a otra. Hay luz en ellas y oscuridad; el ojo capta ambas y la mano del pintor realza la intensidad de la luminosidad con colores muy vivos, desde lejos forma la figura deseada, de cerca no es más que un simple trazo. Accedemos por una de las puertas principales al recinto de la Alhambra y, observando el almohadillado rocoso de la fachada del palacio de Carlos V (Caesar Carolus Regi), me pregunto si la construcción de esta maravilla geométrica causaría el mismo revuelo que la pirámide de cristal de París, como sucede cuando surge un grano en la suave tez de una muchacha o cuando aparece una mosca dibujada en una página de un libro del renacimiento, algo que es ajeno y sorprende.  Lo nuevo siempre molesta. En el interior del edificio los turistas se arremolinan y ascienden por la es

Una tradición muy andaluza: el agareo

En Andalucía, por lo menos en la zona de Granada costa y Almería, todo niño pequeño sabe que puede llegar algún familiar o adulto que al grito de un " El agareo " se te lance y con otros niños, los primos o amigos, te agarren el cuerpo, te bajen el pantalón y, tras muchos forcejeos e intentos de no dejar tus partes pudendas al descubierto, acaba quedando semidesnudo de cadera para abajo y recibir un escupitajo en el susodicho pene.  Yo he sufrido muchas veces el agareo por parte de mi tía la más joven, aunque nunca me escupía. A simple vista puede parecer un horror, pero en el fondo todos se ríen muchísimo. Yo con el forcejeo me lo pasaba de escándalo, envuelto en risas.  Castillo de Salobreña y cruz cristiana a sus pies. Hace unos años descubrí por casualidad el origen de esta tradición andaluza. Se trata de un juego nacido en tiempos de la conversión de los moriscos. No creo que sea necesario situar los hechos, porque todos sabemos lo que ocurrió tras la c

Flor, mujer o niña sobre una piscina.

Hadas que son flores o viceversa. Hubo una vez, no hace mucho, apenas un mes escaso, una flor que con los últimos trazos del verano explotó en color y fuego. De su rojo intenso, la luz del sol extrajo una visión insospechada. Surgió de las sombras de un naranjo una figura elegante, que se deslizaba por el borde de la hierba húmeda. No brillaba ni cantaba ni tenía voz cantarina, solo una mirada refulgente, ajena al mundo, a la realidad; todo un universo atrapado en las pupilas doradas.  Era una mujer solitaria. Se acercó a la flor, como quien se mira en el espejo a diario en busca de una seguridad, de una prueba de su existencia, de la normalidad de seguir vivo. Absorbió un poco de su aroma y, con el pecho hinchado de la gracia de una flor como aquella, me miró y esbozó una sonrisa.  Fue un instante fugaz. Acto seguido, se giró sobre su cuerpo y continuó su camino sin destino, corría, saltaba y, al llegar a un banco de madera, se sentó allí, posó sus zapatos carmín

Microcuento 1 versión 3: Soledad y deformación real.

Con enorme precisión, un hombre realiza una incisión en la piel tersa y, al tiempo que la sangre emulsiona, la muchacha grita y las lágrimas bañan su rostro. No muy lejos, perciben el taconeo de botas sobre el barro y el castañeo del metal. Del vientre abierto de la muchacha nace un niño. No tiene rostro. Está infectado de vida. Un disparo mata al hombre. El bebé cae sobre el pecho de su madre, que expira. Está solo, sin ojos ni boca; solo un orificio para respirar. El asesino lo observa asqueado; lo sitúa en un cesto, junto a una corona.

Microcuento 1 versión 2: Infección de vida

Con gran precisión el filo cortante de una hoja de papel atraviesa el vientre de la mujer. Esta grita sin reparos. Se oyen a lo lejos pasos, el taconeo de caballos y el ruido del metal. Las nubes han engullido por completo la luz del sol. Ahora todo está gris y el aire está cargado de humo negro, de olor a azufre. - Vienen. Llora el niño que sufre al notar la vida en su cuerpo. Está infectado. Cae al suelo; una bala traspasa la piel del hombre que lo sostiene.

Microcuento 1 versión 1: Vidas belicosas

Con precisión dibuja una línea recta sobre la piel abombada y tersa. La tinta se diluye un poco; cae una lluvia ligera y sucia. A lo lejos suena una especie de tormenta artificial y la tierra sufre sacudidas. Agarra con firmeza la hoja de papel y desliza el filo en el camino que había trazado la estilográfica. Grita ella, tras soltar el paño que sujetaba con los dientes. -Ya está aquí. La sangre baña el mugriento cuerpo. Alguien llora y su llanto resuena por encima de la bala que cruza el pecho del hombre.