Con enorme precisión, un hombre realiza una incisión en la piel tersa y, al tiempo que la sangre emulsiona, la muchacha grita y las lágrimas bañan su rostro.
No muy lejos, perciben el taconeo de botas sobre el barro y el castañeo del metal. Del vientre abierto de la muchacha nace un niño.
No tiene rostro.
Está infectado de vida.
Un disparo mata al hombre. El bebé cae sobre el pecho de su madre, que expira.
Está solo, sin ojos ni boca; solo un orificio para respirar. El asesino lo observa asqueado; lo sitúa en un cesto, junto a una corona.
Comentarios
Publicar un comentario