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Mostrando entradas de 2014

Feliz Navidad

Estoy sorprendido de mí mismo. Hace años que no me gusta la navidad ni su falso espíritu navideño. Y fijaos por dónde, voy y me paso más de dos semanas haciendo cosas navideñas en el instituto. Incluso he vuelto a escribir un cuento más de Navidad. Este tipo de acciones es el que me hace extraño a mí mismo, a mi forma de actuar a veces.  Tal vez lo único que me lleva a escribir el cuento de Navidad sea el hecho de que hay cierta magia en la temática. No sé. El otro día en clase me hicieron leer el cuento de este año que encontráis en el post anterior. Me vi poseído por Papá Noel y Mamá Noel, pero no solo eso, también me poseyó mi propio espíritu infantil, ese de un niño que adoraba la Navidad, que se acostaba temprano para que llegara con rapidez la mañana del 25 y bajaba las escaleras deseoso de ver lo que le habían dejado debajo del árbol. Ese niño está tan vivo en mí que puedo ver y sentir lo que ocurría hace ya tanto tiempo. Noto el frío del suelo, porque siempre iba des

Mamá Noel también reparte regalos

Aquella noche la fábrica estaba en pleno funcionamiento y la chimenea calentaba gracias a su fuego bien alimentado. Falta hacía, porque el invierno parecía haberse adelantado y fuera de la fábrica el marrón otoñal había tornado blanco puro de tanta nieve que había caído las últimas semanas. Todos iban acelerados, unos empaquetaban videoconsolas, otros peluches y muñecas, alguno, de tanto juguete que había, ya no sabía muy bien lo que hacía, simplemente se dejaba llevar por la costumbre de meter regalos en bonitas cajas de cartón o de envolverlo todo en colorido papel. Todos, en definitiva, sabían lo que hacían porque sus manos funcionaban solas, al ritmo de canciones cargadas de dulces melodías y mensajes agradables. Entró en la sala un señor mayor con cierta obesidad y una barba blanca destacable. Cualquiera podría reconocerlo. Era Papá Noel, un ser entrañable, con una energía poco propia de alguien con su edad. Se movía con soltura entre sus duendes y comprobaba que todo estaba

Todo lo malo tiene correspondiente bueno

" Hallaré cobijo donde me halle la tormenta ." Horacio Tomada esta sentencia al pie de la letra es muy real. ¿Cuántas veces no nos hemos encontrado por la calle sin paraguas y el cielo ha desplegado sobre nosotros un mar de lluvia? ¿Y cuántas veces igualmente hemos hallado un techo donde guarecernos de la lluvia? Es impresionante que por instinto siempre buscamos un sitio donde cubrirnos de las inclemencias del tiempo. ¿Supervivencia? Debe ser eso.  Tengo un defecto o una virtud y es que soy incapaz de concentrarme en un único asunto. Esto ya lo sabía pero lo olvido a menudo. El otro día me di cuenta de nuevo de que tal vez debería mejorar este aspecto. En cualquier caso, más de una vez me he sorprendido a mí mismo huyendo de la lluvia y tratando de buscar un lugar donde no mojarme y, curiosamente, a la vez estaba reflexionando sobre el porqué de esa huída, por qué no quedarse bajo la lluvia y disfrutar de la relajación, de la naturaleza viva, de la calma y la tranqu

El mar del olvido

Hoy ha fallecido un mito, la duquesa de Alba. A pesar de su edad, no me esperaba tal acontecimiento, quizás porque era una mujer muy fuerte y con unas ganas de vivir dignas de admiración; algo normal si uno posee todo lo que desea, como le ocurría a ella. Tenía todo menos la juventud y en esto entramos en los tópicos literarios de la amada juventud y de la fugacidad del tiempo. Toda su fortuna, todos sus títulos nobiliarios y todas sus tierras no le han servido de nada, porque la muerte llega a todos por muy Grande de España que seas. Porque "allegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos..." Qué poca cosa somos.  Llego de nuevo a esta conclusión, como tantas otras veces, pero no solo por la muerte que nos acecha en cada esquina, sino también y sobre todo por la exposición de momias que he tenido la suerte de ver en el Parque de las ciencias de Granada. Cuando uno se encuentra enfrente de momias siente escalofríos y un mar de dudas le inunda y revuelve

Exclusión

No sé si lo he dicho, pero en el instituto en que trabajo la mayoría del alumnado es gitano o marroquí. Desde que estoy con ellos cada vez los comprendo mejor. No porque ellos se hayan quejado de algo en concreto, salvo de que tienen que venir al instituto, cosa que no me sorprende, quizás porque eso mismo ocurre en cualquier centro de nuestro país, si acaso no de todos. Los comprendo porque cada vez conozco mejor su contexto, los conozco a ellos y descubro el cariño y la humanidad que hay bajo el escudo de callosidades de unos niños que se enfrentan a diario a una realidad más dura que la de otros. Lo que no entiendo es cómo después de seis años en el sistema escolar no han adquirido ciertos hábitos básicos. Sin duda la educación primaria es un fracaso en este caso concreto; en el resto de lugares no puedo aseverarlo.  Cambiando un poco de tema. Concretemos. Además de francés y sociales, imparto la asignatura de Atención Educativa. En Atención educativa, lo que antes era

Todo sirve para algo

Dicen que el francés no sirve para nada. Pues mira por dónde ahora mismo acabo de leer que una amiga mía sin estudios, que lleva dos años en situación de desempleo, ha recibido una oferta de trabajo con un buen sueldo para trabajar de limpiadora y ama de llaves en Quebec, donde la lengua principal hablada es el francés, y resulta que esta chica tiene que rechazarla porque no sabe francés. Ahora se lamenta porque cuando estaba en el instituto siempre prefirió elegir otro tipo de asignaturas, en las que era más sencillo aprobar.  No me alegro en absoluto de esta situación de mi amiga. Para nada. De hecho me gustaría que fuera capaz de lanzarse a la aventura y que, a pesar de su miedo a las alturas y al avión, el idioma no fuera un obstáculo, puesto que a fin de cuentas si rechaza el trabajo por no saber francés sigue cayendo en el error de no ser capaz de enfrentarse a aprender un nuevo idioma.  Hoy mismo cuando mis alumnos me preguntaban por la utilidad del francés, les respond

Asuntos variados

Parece que por fin ha llegado el frío.  Tenía ya ganas. No era normal este calor tan entrado ya el otoño. Al final va a ser verdad el cambio climático y casi nadie es todavía consciente de lo que nos espera. Somos caperucitas que hablan con cualquier lobo y le da todos los detalles que necesita para localizarnos y asesinarnos. En nuestro caso no significa que el lobo nos aceche y le ayudemos, pero no está muy lejos de la realidad.  Sabemos que se aproximan cambios, grandes modificaciones de lo que ha sido hasta no hace mucho normal. Los casquetes polares se derriten y el tiempo se ha vuelto más loco que nunca y con una virulencia destacable. Pero nosotros seguimos igual, sin preocuparnos demasiado. Qué más da todo, ¿no? (Esto me recuerda a aquellas personas que dan todo por perdido sin haber intentado rescatar nada, sin haber buscado la aguja en el pajar.) Inciso: Qué maravilloso es el idioma, con una sola palabra estalla todo un mensaje.  Ese "¿no?" tiene un potencial rel

Un pequeño recuerdo

Cuando era pequeño en Salobreña, mi pueblo natal, llovía ceniza del cielo. Tengo grabado en la memoria la imagen de copos de ceniza negra posándose sobre mi antebrazo. Curiosa imagen que al mudarme de pueblo nunca más se ha vuelto a repetir, porque en ningún otro sitio existe esa lluvia de ceniza, ni siquiera en la misma Salobreña ahora. La ceniza provenía de la zafra de la caña de azúcar que antes cubría toda la vega de la costa tropical de Granada. Cañas que vinieron a manos de los árabes y que luego fue llevada a Cuba. Caña de azúcar que después de tantos siglos dejó de ser interesante a nivel económico y la Unión Europea decidió eliminar de la zona.  Mi infancia es un mar de espuma blanca y un mar de caña de azúcar verde brillante. Mi infancia era una lluvia de ceniza. Otra imagen que no se me ha borrado es la primera vez que vi nevar. Es exactamente igual que la de la primera vez que vi llover ceniza, a saber un copo de nieva posándose sobre mi antebrazo.  Me dicen qu

Coñazo de marcas

Otra vez más. Esto ya parece una broma. Esta mañana de nuevo tenía una rueda del coche desinflada. Este año es la cuarta vez que me ocurre. Las ruedas son Michelin, lo que se supone es una marca importante en neumáticos. Durante todos estos años son los terceros neumáticos que he tenido. Las ruedas que venían de fábrica eran buenas y tuve que cambiarlas por el desgaste, algo que es lógico. Luego tuve unos neumáticos baratos, que no me dieron ningún problema; jamás se pincharon ni me los encontré desinflados. El único inconveniente era que no agarraban a la calzada tanto como los primeros o los de ahora. Hace dos años decidí cambiarlos por otros mejores que no deslizaran cuando caían cuatro gotas.  Y qué mala elección. Escribo para desahogarme un poco. Me parece increíble que unos neumáticos más caros y mejores me estén dando tantos problemas. A este paso voy a desarrollar algún tipo de locura relacionada con el temor a encontrarme las ruedas mal y tener que llegar tarde a cual

¡Maestro!

Hay una especie de suerte en los acontecimientos a veces. Con los años me he vuelto un descreído en casi todo. ¿Existen las casualidades? ¿Son producto de algo lógico? Hace dos semanas, cuando ya no podía más soportar el estrés de estar en el hotel y con la posible llamada de la delegación decidí que necesitaba que me pararan mi contrato. Por una vez pudo más mi impulso salvaje que mi mente y por una vez me salió la cosa mejor de lo que yo podría haber esperado. A la mañana siguiente y casi sin poder dormir, después de haber trabajo por la noche el día anterior, entre los ladridos de mi perrita y el ruido de la vida cotidiana, me llamaron para una sustitución voluntaria que, por puro instinto, rechacé y ¡qué fortuna la mía haberlo hecho! Al día siguiente, mientras conducía, sonó mi teléfono, me aparqué con fugacidad en el andén de la carretera y aquella voz femenina me daba el mensaje que tanto he esperado durante años.  Una vacante para todo el curso por una jubilación. Sí, a

Una vez me ahogué

Una vez me ahogué. ¿Sabéis lo incomprensible que es ahogarse? Menos entendimiento cabe en el hecho de que estaba rodeada de gente, de muchas miradas bailando a mi alrededor. Se ve que una mirada no basta para ver. Parece que en realidad nadie miraba. Me pregunto cómo debe ser eso de mirar como lo hace superman, así con su rayo láser rojo incandescente. Lo mismo si alguien hubiera mirado como él hacia mí habría evaporado toda el agua de la piscina y yo no me habría ahogado. Pero me ahogué. En cambio aquí sigo. Por alguna razón aquí sigo como viva, una mosca atrapada en la superficie del agua, viva boca arriba con las alas atrapadas por la materia acuosa.  Mi madre solía decirme que el agua es un tesoro tan difícil de encontrar que con toda probabilidad jamás lo conocería en grandes cantidades. Siempre tan burlesca la vida. ¿Quién iba a decirme que mi muerte llegaría a través de ese tesoro? Menudo tesoro azul... Azul. Donde yo nací y me crié, el azul es un color abun

Hija de Thor o la locura

"Qué rugoso es el tronco de esta palmera. En realidad de todas. Rugosas y blandas. Flexibles tanto que soportan bien el viento y sus fuertes rachas aquí. Así deberíamos ser en la vida: flexibles." Eso piensa ella, al mismo tiempo que fuma un cigarrillo con nombre que suena a español, Fortuna. "Hasta en esto es curiosa la vida. Fumarse la fortuna que en estos momentos no me acompaña. Aspirar el humo en estos duros momentos que me acaba de designar la vida." Hoy sopla el viento, como suele ser habitual en estas tierras a la entrada del otoño. El mar se ha enfriado de un día para otro. De repente el color azul claro se ha vestido de una oscuridad que anuncia la frialdad. Esa frialdad que parece mostrar la reina de las nieves nórdicas mientras fuma y mira el tronco de una palmera. A su alrededor todo es normal. Hay parejas tomando el sol. A su lado una mujer joven baña en protector solar a su bebé de pocos meses de edad. Ese bebé que es pura vida, flexible y delica

Infancia, uno mismo.

No sé cómo he llegado hasta aquí.  Todo me es familiar pero no es lo familiar que yo conozco. El mar es igual de azul, el viento sopla con la misma intensidad y el calor es el mismo, un rebaño de ovejas de fuego que antes fueron blanca espuma danzando sobre las olas embravecidas. Soy yo en un lugar familiar que no es el mío. Son los rostros, sobre todo el color de la piel, la ropa tan ligera que cubre la piel tan poco, y es el bullicio de gente rara; gente a la que ya me he acostumbrado, pero no del todo. Por muchos años que pasen.  Me pregunto cómo he llegado a este lugar. Fue producto de un viaje, me parece. Ya no recuerdo demasiado bien. Hace tanto de eso. Tantas apisonadoras han pasado ya por mi cuerpo, tanta mano de obra barata en labores duras como las rocas de mi infancia. Ay, mi infancia. Una vez fui joven. Tan joven como los mozos que corretean por aquí. Hasta me podía subir a los árboles y mirar la lejanía como un halcón. Rozaba el cielo y sentía la brisa sob

Mis pequeñas estaciones

Pregunta César M. cuál es la estación del año que más nos gusta. Tengo una extraña desazón cuando trato de buscar una respuesta. De pequeño adoraba el verano. No había clase ni obligaciones. Íbamos a menudo al cortijo de mis abuelos y nos bañábamos en la alberca de mi abuelo. Allí rodeado de cañaveras y hojas de plátano y en un entorno poblado de hormigas, zapateros, helicópteros (libélulas), avispas dichosas e incluso ranas. A pesar de la suciedad del agua, nos lo pasábamos muy bien. Antes uno se remojaba en barro y basura y nadie enfermaba; ahora parece que hasta el aire envenena. La cuestión es que amaba los veranos y las siestas con mi madre en el sofá, siempre tan protegido por su brazo. Pero los veranos empezaron a ser un horror. Llegó la adolescencia, la edad de trabajar en los hoteles, de saber lo que cuesta ganarse un sueldo, del valor del esfuerzo, de las obligaciones. El verano ya no sería nunca igual. Desde entonces detesto los veranos, su calor asqueroso, su humedad s

Pensamiento matutino

Hay muchas palabras. Todas designan algo. No todas las designan por completo. Si yo tuviera que definirme con una palabra, creo que sin equivocarme mucho, podría definirme como sensible.  Estando de erasmus, tumbado en el césped a la orilla de la Garona, en Toulouse, bajo un sol de justicia de pleno mes de mayo, conversaba con Ele y Maripi sobre la familia, lo mucho que se extraña a los seres queridos cuando están lejos. La muerte es la mayor de las lejanías. Después está la lejanía física que puede ser muy dura también. En aquel caso hablábamos de esta última. Es evidente que motivados por estar en el extranjero. Pensaba en mi hermano y en el poco tiempo que podía pasar con él debido a estar estudiando lejos. Me daba mucho pena. También me dolía no poder enseñarle a mi madre aquella Francia que a mí me fascinaba tanto, el verde intenso de la hierba y los árboles que vigilan las calles como soldados que solo el viento balancea. Cada dulce que me comía era un recuerdo hacia mi madr

Palabras tristes de una vida que acaba

Justo después de comer me meto un poco aquí. César Mallorquí ha escrito en su blog. Lo que imaginaba ha sucedido. Su hermano ha fallecido. Solo puedo dejaros enlace a su post y que os emocionéis como yo con palabras que no pretenden causar pena ni tristeza, pero que están cargadas de bombas sentimentales que afectan a cualquier corazón sensible. Por eso admiro tanto a César, por su inagotable capacidad para contar la cosas atrapando el corazón y sacándole tanto jugo que ahoga. Y eso que a simple vista no parece que esa sea su intención. En este caso, estoy seguro que no pretendía emocionar a nadie, sino más bien liberarse un poco, sacar el dolor que acontece a todo aquel que pierde a gente importante. De repente se ha quedado solo. Aquí su relato. Yo he llorado como un crío. No sé vosotros. http://fraternidadbabel.blogspot.com.es/2014/08/jose-carlos-mallorqui-big-brother.html   Porque ser el último de su familia original debe ser muy duro.

Como las Leónidas

De repente estoy en ese estado extraño que me lleva a escribir. Se trata de un momento en que mi cuerpo y mi mente parecen un poco alejados de todo, como si el mundo continuara su paso sin mí o al menos con un yo que va ralentizado. Parece un estado en el que, a pesar de la lentitud de la realidad, se disparan los sentidos y se perciben ruidos a los que por norma general no les prestamos atención.  He apagado la tele. El vaso de leche permanece en la mesa enfrente de mi cara. Está vacío. El sofá está mullido. Qué cómodo es. Es una suerte poder tener un sofá cómodo, ¿verdad? Es una fortuna poder hacer tantas cosas de las que no somos conscientes. Cuando vivía en Francia, tenía una ducha en la que nunca era posible regular bien la temperatura del agua. Hacía un frío del carajo en pleno mes de enero y la calefacción no funcionaba a la perfección. Además vivía yo en un viejo edificio junto al húmedo río. Aquel viejo edificio del siglo XIX tampoco era una madriguera calentita y tenía s

Cosas que no son ni tan buenas ni tan malas: faltas e internet

No soporto las faltas de ortografía. Seguramente esto se deba a que a mí me ha costado mucho esfuerzo no cometerlas. La cuestión es que voy a tener que empezar a no repudiarlas con tanto ímpetu y darles el cierto valor que tienen.  Ayer supe que, sin las faltas de ortografía que cometieron algunos escritores latinos, no sabríamos en absoluto cómo pronunciaban ellos su lengua y nos habríamos quedado en las pautas dictaminadas por el latín usado por la iglesia.  Saber esto me lleva a darle una mayor importancia a las faltas; a fin de cuentas son un casi fiel reflejo del habla y, por consiguiente, muestran la vida de las palabras en su momento concreto. Digamos que podríamos verlas como un testimonio similar al que producen las fotos antiguas o los restos de un edificio griego. Son una pasarela directa al pasado. La buena grafía no es más que un intento de retener algo que está muy vivo, como es el caso de los idiomas.  Los españoles de toda la vida no hemos diferenciado