Hay muchas palabras. Todas designan algo. No todas las designan por completo. Si yo tuviera que definirme con una palabra, creo que sin equivocarme mucho, podría definirme como sensible.
Estando de erasmus, tumbado en el césped a la orilla de la Garona, en Toulouse, bajo un sol de justicia de pleno mes de mayo, conversaba con Ele y Maripi sobre la familia, lo mucho que se extraña a los seres queridos cuando están lejos. La muerte es la mayor de las lejanías. Después está la lejanía física que puede ser muy dura también. En aquel caso hablábamos de esta última. Es evidente que motivados por estar en el extranjero. Pensaba en mi hermano y en el poco tiempo que podía pasar con él debido a estar estudiando lejos. Me daba mucho pena. También me dolía no poder enseñarle a mi madre aquella Francia que a mí me fascinaba tanto, el verde intenso de la hierba y los árboles que vigilan las calles como soldados que solo el viento balancea. Cada dulce que me comía era un recuerdo hacia mi madre. ¡Hay tantas pastelerías en Francia y tanta variedad! Somos muy dulceros mi madre y yo. Un pastelico con un café por la tarde es lo más.
La semana que viene se va mi hermano a Italia de erasmus. Ahora me toca vivir desde la otra perspectiva. Sé que va a ser muy bueno para él. Lo sé por propia experiencia. Se irá de una forma y volverá siendo algo distinto, modificado por lo diferente, por el contraste con otra cultura, que aunque similiar siempre es diferente. Aprenderá una entonación, palabras de otro idioma y con ello el mundo lo verá un poco diferente. Se conocerá más y mejor a sí mismo. Pero sobre todo volverá deseoso de vernos, de estar con nosotros. Y aunque sus noches se pueblen de fiestas y diversión, su mente siempre estará un poco lejana, cerca de nosotros. Así es el erasmus.
Eso estaba pensando esta mañana en la cama y no podía dormirme de nuevo. Estoy nervioso. Necesito que ya está allí instalado. Lo transitorio me tensa. Prefiero lo estabilizado.
Soy sensible. Lo sé. ¿Qué le vamos a hacer?
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