Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de enero, 2011

Mutación cotidiana

Hace un par de días me ocurrió que de la mañana a la noche sufrí una transformación acelerada. Me levanté con una alegría desbordante, casi infinita. Al mirarme en el espejo, me dije: "Chaval, te hace falta un peladito" y acto seguido, me duché, desayuné un enérgico zumo de naranja recién exprimida -del campo de mi abuelo- y salí a la calle en dirección a la peluquería de la esquina. Me comía la calle, el mundo y a toda aquella persona que se pusiera por delante. Media hora después de entrar en aquel mundo corta-greñas, me encontré caminando -y por qué no decirlo, observando mi reflejo en cada escaparate por el que pasaba; habituándome a mi nueva imagen-, hacia mi casa. En el camino, pasé por delante de una chica bien bella, que me miró de arriba a abajo. Estaba feliz. Me sentía guapo. Pero, sucedió lo que siempre sucede, mi estado de ánimo fue decayendo y en cuestión de horas pasé a odiarme, a ver todos los recovecos de mi fisionomía y de mi psicología. ¡Fue tan fuerte la

Asombrado

Hace un rato he visto un documental que me ha dejado asombrado. ¿No podéis reconocer el rostro de alguien que conocistéis ayer? ¿No reconocéis a las personas de tu entorno? ¿Cuándo os miráis en el espejo no sabéis quién es la persona que en él se refleja? Si, en efecto, os ocurre esto, entonces padecéis una enfermedad, que a mí por lo menos me deja sorprendido: prosopagnosia o ceguera facial. El tipo del documental, que la sufría, contaba cómo tuvo que dejar de ejercer la abogacía por el simple hecho de que era incapaz de defender a sus clientes, al no reconocerlos. Cuando era pequeño su madre le obligaba a cortarse el pelo y, según explica, con el pelo rapado le resultaba imposible reconocerse en el espejo. Así que ahora luce una larga melena y un rostro de poblada barba. Si lo razonamos con detenimiento, tiene sentido: no detectamos los rasgos de la cara, por lo que somos incapaces de saber quién es; si vemos alrededor del rostro un tipo de cabello y una determinada barba, sí que

Operación

Operar es obrar.  Por consiguiente, acometer una buena operación conlleva ser un buen obrador, un artista.  Un cirujano que tiene y cuida sus delicadas y precisas manos es un profesional consciente de que su trabajo se diferencia de la labor del artista en la materia que deberá laborar. A saber, un artista tradicional sorprende por la capacidad de crear e insuflar vida propia a un objeto que, inerte, adquiere una energía y originalidad exclusivas e inigualables. Ahora bien, un cirujano es un artista que modifica un órgano para insuflarle una energía nueva, una vida nueva, que por desgaste u otras causas se ha ido deteriorando y liberando, perdiendo, la que antes poseía. Cirujano, luego artista. Hoy la rodilla de mi abuelo está en manos de uno de estos artistas. De los resultados dependerá la excelencia o mediocridad de su obra. Espero que sean excelentes. Quien lea esto que le pase todo su ánimo y que salga todo bien. ¿Qué haríamos sin la medicina?

La importancia de los objetos

Cuando era pequeño me regalaron un osito amarillo muy suave. El osito, se podría decir, que fue mi primer amigo, o mejor dicho, el primer objeto que dio voz a mi inconsciente. No recuerdo gran cosa de él, a pesar de haber sido mi primer juguete. De hecho, sé de su existencia casi por las fotos que nos retratan a ambos. Y no obstante, sé que fue mi primer amigo, cuando yo apenas tenía consciencia de existir, de ser un humano diminuto en un inmenso mundo de detalles, sentimientos y dualismos.  El osito desapareció. Después tuve de todo lo imaginable: coches, motos, un torno de arcilla, una fábrica de chocolate, un microscopio, miles de muñequitos, soldados, playmobil, libros para colorear, bicicletas, plastilina, cuentos para niños que mi madre me leía, películas... de todo. El osito desapareció. Todo lo demás se perdió en el tiempo y el espacio. Nada. Con los años fui adquiriendo una consciencia extraña, enfermiza, que asocia sin distinciones objetos y recuerdos. ¡Ya sabemos lo que