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Mostrando entradas de septiembre, 2014

Una vez me ahogué

Una vez me ahogué. ¿Sabéis lo incomprensible que es ahogarse? Menos entendimiento cabe en el hecho de que estaba rodeada de gente, de muchas miradas bailando a mi alrededor. Se ve que una mirada no basta para ver. Parece que en realidad nadie miraba. Me pregunto cómo debe ser eso de mirar como lo hace superman, así con su rayo láser rojo incandescente. Lo mismo si alguien hubiera mirado como él hacia mí habría evaporado toda el agua de la piscina y yo no me habría ahogado. Pero me ahogué. En cambio aquí sigo. Por alguna razón aquí sigo como viva, una mosca atrapada en la superficie del agua, viva boca arriba con las alas atrapadas por la materia acuosa.  Mi madre solía decirme que el agua es un tesoro tan difícil de encontrar que con toda probabilidad jamás lo conocería en grandes cantidades. Siempre tan burlesca la vida. ¿Quién iba a decirme que mi muerte llegaría a través de ese tesoro? Menudo tesoro azul... Azul. Donde yo nací y me crié, el azul es un color abun

Hija de Thor o la locura

"Qué rugoso es el tronco de esta palmera. En realidad de todas. Rugosas y blandas. Flexibles tanto que soportan bien el viento y sus fuertes rachas aquí. Así deberíamos ser en la vida: flexibles." Eso piensa ella, al mismo tiempo que fuma un cigarrillo con nombre que suena a español, Fortuna. "Hasta en esto es curiosa la vida. Fumarse la fortuna que en estos momentos no me acompaña. Aspirar el humo en estos duros momentos que me acaba de designar la vida." Hoy sopla el viento, como suele ser habitual en estas tierras a la entrada del otoño. El mar se ha enfriado de un día para otro. De repente el color azul claro se ha vestido de una oscuridad que anuncia la frialdad. Esa frialdad que parece mostrar la reina de las nieves nórdicas mientras fuma y mira el tronco de una palmera. A su alrededor todo es normal. Hay parejas tomando el sol. A su lado una mujer joven baña en protector solar a su bebé de pocos meses de edad. Ese bebé que es pura vida, flexible y delica

Infancia, uno mismo.

No sé cómo he llegado hasta aquí.  Todo me es familiar pero no es lo familiar que yo conozco. El mar es igual de azul, el viento sopla con la misma intensidad y el calor es el mismo, un rebaño de ovejas de fuego que antes fueron blanca espuma danzando sobre las olas embravecidas. Soy yo en un lugar familiar que no es el mío. Son los rostros, sobre todo el color de la piel, la ropa tan ligera que cubre la piel tan poco, y es el bullicio de gente rara; gente a la que ya me he acostumbrado, pero no del todo. Por muchos años que pasen.  Me pregunto cómo he llegado a este lugar. Fue producto de un viaje, me parece. Ya no recuerdo demasiado bien. Hace tanto de eso. Tantas apisonadoras han pasado ya por mi cuerpo, tanta mano de obra barata en labores duras como las rocas de mi infancia. Ay, mi infancia. Una vez fui joven. Tan joven como los mozos que corretean por aquí. Hasta me podía subir a los árboles y mirar la lejanía como un halcón. Rozaba el cielo y sentía la brisa sob

Mis pequeñas estaciones

Pregunta César M. cuál es la estación del año que más nos gusta. Tengo una extraña desazón cuando trato de buscar una respuesta. De pequeño adoraba el verano. No había clase ni obligaciones. Íbamos a menudo al cortijo de mis abuelos y nos bañábamos en la alberca de mi abuelo. Allí rodeado de cañaveras y hojas de plátano y en un entorno poblado de hormigas, zapateros, helicópteros (libélulas), avispas dichosas e incluso ranas. A pesar de la suciedad del agua, nos lo pasábamos muy bien. Antes uno se remojaba en barro y basura y nadie enfermaba; ahora parece que hasta el aire envenena. La cuestión es que amaba los veranos y las siestas con mi madre en el sofá, siempre tan protegido por su brazo. Pero los veranos empezaron a ser un horror. Llegó la adolescencia, la edad de trabajar en los hoteles, de saber lo que cuesta ganarse un sueldo, del valor del esfuerzo, de las obligaciones. El verano ya no sería nunca igual. Desde entonces detesto los veranos, su calor asqueroso, su humedad s

Pensamiento matutino

Hay muchas palabras. Todas designan algo. No todas las designan por completo. Si yo tuviera que definirme con una palabra, creo que sin equivocarme mucho, podría definirme como sensible.  Estando de erasmus, tumbado en el césped a la orilla de la Garona, en Toulouse, bajo un sol de justicia de pleno mes de mayo, conversaba con Ele y Maripi sobre la familia, lo mucho que se extraña a los seres queridos cuando están lejos. La muerte es la mayor de las lejanías. Después está la lejanía física que puede ser muy dura también. En aquel caso hablábamos de esta última. Es evidente que motivados por estar en el extranjero. Pensaba en mi hermano y en el poco tiempo que podía pasar con él debido a estar estudiando lejos. Me daba mucho pena. También me dolía no poder enseñarle a mi madre aquella Francia que a mí me fascinaba tanto, el verde intenso de la hierba y los árboles que vigilan las calles como soldados que solo el viento balancea. Cada dulce que me comía era un recuerdo hacia mi madr