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Una vez me ahogué

Una vez me ahogué. ¿Sabéis lo incomprensible que es ahogarse? Menos entendimiento cabe en el hecho de que estaba rodeada de gente, de muchas miradas bailando a mi alrededor. Se ve que una mirada no basta para ver. Parece que en realidad nadie miraba. Me pregunto cómo debe ser eso de mirar como lo hace superman, así con su rayo láser rojo incandescente. Lo mismo si alguien hubiera mirado como él hacia mí habría evaporado toda el agua de la piscina y yo no me habría ahogado.

Pero me ahogué.

En cambio aquí sigo. Por alguna razón aquí sigo como viva, una mosca atrapada en la superficie del agua, viva boca arriba con las alas atrapadas por la materia acuosa. 

Mi madre solía decirme que el agua es un tesoro tan difícil de encontrar que con toda probabilidad jamás lo conocería en grandes cantidades. Siempre tan burlesca la vida. ¿Quién iba a decirme que mi muerte llegaría a través de ese tesoro? Menudo tesoro azul...

Azul.

Donde yo nací y me crié, el azul es un color abundante. Lo hay por todas partes, sobre todas las personas, extendido como un inmenso manto, un velo poblado solo por estrellas durante las noches. Mi madre dice a menudo que esas estrellas eran antes nuestras. Dice que antaño la tierra nuestra estaba repleta de dulces lagunas donde la vida era muy distinta a la que hay hoy. Me cuenta siempre que en esas lagunas había seres extraordinarios, salpicados de colores increíbles. Dice que había ranas amarillas y que estas venían del sol. Yo por entonces no sabía lo que era una rana. Nunca había visto una. Hasta que vine aquí. Según me dice madre, esas lagunas desaparecieron una noche de extremo calor, se evaporaron y el cielo nos robó su agua. Ella siempre dice que esas estrellas son aquellas lagunas con sus ranas, sus zapateros, sus peces y su fina hierba verde. Hasta que no vine aquí no supe lo que era todo aquello que ella cuenta. Para mí lo único posible era el cielo azul inmenso y la inmensa llanura ocre, el desierto. Todo lo demás era invento de mi madre. Era lo único que me sacaba de aquella realidad. Ella narraba y yo trataba de imaginar. 

"Cuando caía el sol, un millar de florecillas coloreaban la tierra, Aza. Te habría gustado verlo, como a mí también. Tu abuela tampoco lo vio ni tu tatarabuela ni tampoco la abuela de tu tatarabuela. Pero tuvo que ser así, porque todas lo han contado como yo te lo cuento y como tú se lo contarás a tus hijas y así hasta el infinito, como el cielo que nunca se termina."

Mi madre era mi mayor entretenimiento. Era mi laguna de paz y tranquilidad. El hambre que nos acechaba todos los días, ella lo apagaba con sus historias. Ay, si ella supiera que me he ahogado en ese tesoro que tantas veces ha añorado encontrar. Si ella fuera consciente por un solo instante de la terrible suerte de su hija, su propio cuerpo sería tesoro puro derramado por sus enormes ojos de lechuza. 

¿Qué le habrán contado de mí? 

Me ahogué una vez y no he vuelto a vivir nunca más. Mi madre se equivocaba, se equivocaba, se equivocaba... "Cuando cierres los ojos en el sueño eterno, no desesperes, hija mía, porque allí me verás tarde o temprano, yo estaré al final del desierto. Sigue las rocas que tintineen y si se te cruza un lagarto por el camino esquívalo siempre, que no son buenos guías. Ellos van al calor, donde hay fuego para sus frías pieles; el calor es el infierno, la morada de los que no han padecido, de los malos, todos esos que nos tienen aquí encerrados en pleno desierto. Siempre ve en línea recta y cuando llegues a los árboles gigantes trepa uno de sus troncos, pues desde sus copas verás el camino de vuelta, porque, hija mía, vivir es para lo que estamos destinadas, tú y yo, siempre juntas, siempre vivas." Madre se equivocaba, yo estoy muerta y no veo ni caminos ni lagartos ni nada de lo que ella me decía. Estoy sola, en un cuerpo que no es cuerpo. No soy nada, pero pienso y siento la extraña sensación de atadura. Me noto fija en un espacio donde no transcurre el tiempo, donde no hay lugar físico y, sin embargo, veo a todos tal como estaban cuando me ahogué. 

Me ahogué una vez y no me gusta. Todos nos ahogamos al final de todo.

Me despedí de mi madre y con muchos otros niños hicimos un largo viaje. Luego, cuando llegamos a nuestro destino, un lugar azul, ocre y repleto de otros colores a los que era incapaz de poner nombre, nos separamos. Yo fui con una familia tan blanca como la leche de cabra. Me enseñaron muchas cosas. Todo era tan diferente de mi hogar. Y había tesoros por todas partes: agua que salía de mágicos tubos. La tierra de los hechizos y encantamientos. Mi madre me dijo que no me asustara, que iba a ver tesoros, los mismos que ella siempre me había narrado. "No tengas miedo nunca y recuerda que deberás volver para contarme tú a mí lo que yo nunca he visto."

Pero, nunca pude regresar. Nunca podré volver con ella, porque una vez me ahogué y sigo muerta.  

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