No soporto las faltas de ortografía. Seguramente esto se deba a que a mí me ha costado mucho esfuerzo no cometerlas. La cuestión es que voy a tener que empezar a no repudiarlas con tanto ímpetu y darles el cierto valor que tienen. Ayer supe que, sin las faltas de ortografía que cometieron algunos escritores latinos, no sabríamos en absoluto cómo pronunciaban ellos su lengua y nos habríamos quedado en las pautas dictaminadas por el latín usado por la iglesia. Saber esto me lleva a darle una mayor importancia a las faltas; a fin de cuentas son un casi fiel reflejo del habla y, por consiguiente, muestran la vida de las palabras en su momento concreto. Digamos que podríamos verlas como un testimonio similar al que producen las fotos antiguas o los restos de un edificio griego. Son una pasarela directa al pasado. La buena grafía no es más que un intento de retener algo que está muy vivo, como es el caso de los idiomas. Los españoles de toda la vida no hemos diferenciado
Las primeras palabras se plasmaron sobre piedra, quizás, estas de ahora las plasmo sobre las pantallas líquidas de vuestros ordenadores y teléfonos. Bienvenidos/as al espacio donde mis palabras tienen lugar.