Cuando era pequeño en Salobreña, mi pueblo natal, llovía ceniza del cielo. Tengo grabado en la memoria la imagen de copos de ceniza negra posándose sobre mi antebrazo. Curiosa imagen que al mudarme de pueblo nunca más se ha vuelto a repetir, porque en ningún otro sitio existe esa lluvia de ceniza, ni siquiera en la misma Salobreña ahora. La ceniza provenía de la zafra de la caña de azúcar que antes cubría toda la vega de la costa tropical de Granada. Cañas que vinieron a manos de los árabes y que luego fue llevada a Cuba. Caña de azúcar que después de tantos siglos dejó de ser interesante a nivel económico y la Unión Europea decidió eliminar de la zona.
Mi infancia es un mar de espuma blanca y un mar de caña de azúcar verde brillante. Mi infancia era una lluvia de ceniza.
Otra imagen que no se me ha borrado es la primera vez que vi nevar. Es exactamente igual que la de la primera vez que vi llover ceniza, a saber un copo de nieva posándose sobre mi antebrazo.
Me dicen que le doy mucha importancia a los recuerdos y al pasado. Recuerdos como estos forman parte del pilar que justifica esa pasión que tengo por el pasado y por los recuerdos. Hay gente que es de pasado, gente que solo valora el presente (que yo califico de continuo pasado) y personas que miran más hacia el futuro (que yo valoro menos porque es hipotético y siempre está pendiente de ser construido). En cualquier caso, cada uno debe buscar los pequeños placeres, vengan estos del pasado, el presente, el futuro o cualquiera de ellos.
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