A veces cuando he llegado a centros nuevos me he dado cuenta de un hecho que siempre me causa sorpresa: el desinterés.
El desinterés que a menudo percibo no es un sentimiento que ha nacido sin más en el alumno o en el profesor. Casi siempre es un desinterés provocado.
Por una parte consecuencia directa de un alumno que no ha conseguido engancharse a la aventura de aprender y que ve esta acción como algo nefasto, duro, aburrido...algo que no sirve para nada, una pérdida de tiempo; por otra parte, efecto directo de un profesor que ensalza su materia como lo más elemental del sistema educativo y que crea terror dictatorial en su aula o simplemente porque ni él mismo encuentra la metodología que atrae, que produce chispas e incendios o incluso planta semillas que se vuelven árboles y bosques.
Por eso, cuando llego a mi aula, voy por los pasillos, estoy en la sala de profesores o en el patio, procuro irradiar felicidad, ternura...y siempre sonrío. Necesito que mis alumnos sientan la calma de un refugio, el prado en el que crece la buena hierba y la calidez del sol. Creo que solo así puedo llegar a transmitirles valores y conocimiento, porque solo así entienden que no soy un enemigo ni un dictador, sino simplemente el guía que les ayuda a esclarecer los caminos que llevan a comprender y comunicar en francés. Y entonces entienden que las notas importan, pero no tanto como aprender, ser feliz, tener valores y saber estar. Y así, queriendo mucho, intento cumplir con mi función principal: formar a ciudadanos y sacar de ellos su mejor yo.
El desinterés que a menudo percibo no es un sentimiento que ha nacido sin más en el alumno o en el profesor. Casi siempre es un desinterés provocado.
Por una parte consecuencia directa de un alumno que no ha conseguido engancharse a la aventura de aprender y que ve esta acción como algo nefasto, duro, aburrido...algo que no sirve para nada, una pérdida de tiempo; por otra parte, efecto directo de un profesor que ensalza su materia como lo más elemental del sistema educativo y que crea terror dictatorial en su aula o simplemente porque ni él mismo encuentra la metodología que atrae, que produce chispas e incendios o incluso planta semillas que se vuelven árboles y bosques.
Por eso, cuando llego a mi aula, voy por los pasillos, estoy en la sala de profesores o en el patio, procuro irradiar felicidad, ternura...y siempre sonrío. Necesito que mis alumnos sientan la calma de un refugio, el prado en el que crece la buena hierba y la calidez del sol. Creo que solo así puedo llegar a transmitirles valores y conocimiento, porque solo así entienden que no soy un enemigo ni un dictador, sino simplemente el guía que les ayuda a esclarecer los caminos que llevan a comprender y comunicar en francés. Y entonces entienden que las notas importan, pero no tanto como aprender, ser feliz, tener valores y saber estar. Y así, queriendo mucho, intento cumplir con mi función principal: formar a ciudadanos y sacar de ellos su mejor yo.
Pocos profesores tuve como tú te describes. De hecho, ahora ya de mayor, recuerdo la asignatura de física y química que las aprendía de memoria sin saber de qué estaba hablando, si alguien me hubiera explicado exactamente qué eran, me hubiesen encantado.
ResponderEliminarYo tampoco he tenido profes así, solo de pequeño. Pero se lo importante que es crear un ambiente de aula feliz. Yo no sé hacerlo de otra forma. Y eso que a veces he intentado ser un general...pero es imposible. Gracias por tu comentario, Manuela
EliminarRecuerdo que a mis 40 años, mas o menos, decidí que debía aprender inglés. Me apunté a una de esas academias con profesores británicos, uqe parecen funcionar en un formato de franquicia.
ResponderEliminarPor cuestiones de mi trabajo, solo podía ir a una hora en la que desafortunadamente el más viejo era yo y todos los demás podían ser mis hijos (pendientes de reconocer)
Fué un trauma, la humillación que recibí de aquel imbécil ante mis dificultades de pronunciación. No volví.
30 años después mi inglés es mucho peor de lo que podría haber sido y sobre todo es... tímido; sin duda debido a aquel desagradable episodio.
Un profesor que no sabe lo que maneja, es más peligroso que un tiburón hambriento.
Buena metáfora
EliminarPues te auguro problemas en el aula. Los alumnos aprecian el buen humor, como no, pero no es una razón suficiente. Lo que ellos admiran es la coherencia, la ecuanimidad, el saber estar ahí y por supuesto, la firmeza. No basta un profesor feliz, no digo que esté mal, pero lo que ellos quieren es alguien que los sepa encauzar, dirigir. El profesor sabe mucho más que sus alumnos y eso implica una gradación que es inevitable. El profesor es un líder, todo lo abierto y generoso que se quiera, pero un líder que administra el orden y es muy probable y deseable que las primeras semanas de curso haya que poner cara de doberman para luego ir abriendo la mano y terminar con un curso en que con autoridad haya lugar a la felicidad, por supuesto. Una cosa no quita la otra. Conozco profesores que ejercen la firmeza y la autoridad, sin sonreír las primeras semanas, y que terminan siendo adorados por sus alumnos.
ResponderEliminarLo comparto al 100% En mi aula hay normas que no paro de recordar y por lo pronto me ha ido bien. Son solo seis años enseñando, pero puede que algún abono me funcione.
Eliminar