En todas las casas hay un lugar donde se puede encontrar la calma: el cuarto de baño. Me ha ocurrido alguna vez que, estando bloqueado o estresado, me sentaba en el retrete y me relajaba, solo mirando los azulejos, las figuras de la cortina de la ducha, el metal de la grifería, los remates de una puerta envejecida con el tiempo o simplemente observando las juntas del suelo siempre imperfectas. También allí el silencio tiene una fuerza descomunal y los sonidos del barrio retumban con sutileza.
En el baño uno puede encontrar el paraíso.
Recuerdo que un profesor nos dijo, cuando yo tenía unos doce años, que si necesitábamos concentrarnos para estudiar no había mejor lugar que el retrete. Nos incitaba a alternar el escritorio con el váter y poner los apuntes en las rodillas flexionadas en lugar de la superficie del pupitre. Allí se puede memorizar en silencio o aprovechar el eco de los azulejos para escuchar los conocimientos que debemos adquirir. Y tenía razón. Reconozco que practiqué ese saber en varias ocasiones, cuando parecía que cualquier cosa era más interesante que lo que debía aprender, y es cierto que en el váter se aceleraba el aprendizaje.
También dijo una vez mi querida profesora Marisa, de filosofía, que las grandes ideas habían ocurrido en la bañera. Eso tiene una razón: la calma. El cerebro está más despierto cuando estamos relajados, además de que las ideas se van construyendo con dulzura y, en la mayoría de los casos, sin que nosotros seamos conscientes de que se están gestando en nosotros. En la tranquilidad de la ducha explotan esas ideas. Si no encuentras soluciones a problemas, prueba tu búsqueda bajo el chorro caliente de la ducha.
Hace un par de días me llamó mi amiga Eva (Evanca) para pedirme si podía hacerle un favor: adquirir la revista El Jueves con el suplemento especial. Evidentemente no me costaba ningún esfuerzo y yo mismo me hice ayer con una revista. Al ser una revista crítica de humor, asociada a Eva, me hizo acordarme de una tradición muy francesa: tener revistas en el cuarto de baño para pasar el rato leyendo mientras se libera el estómago (tiraré de eufemismo). Cuando nosotros vivíamos en Pau, nuestros compañeros de piso siempre ponían allí revistas de humor (Fluide Glacial) semejantes a nuestro El Jueves y, en honor a ese año tan maravilloso que vivimos, he colocado en el cuarto de baño la revista y su suplemento junto al váter.
Imitemos esta fabulosa costumbre, amigos, y usad el váter como un medio de relajación, una lucha silenciosa contra los efectos de la crisis. El retrete es una gran metáfora de nuestra realidad. Tiremos de la cisterna y que se ahoguen todas las heces que nos gobiernan.
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