Hay algo que me sorprende especialmente y es el hecho de que justo aquellas personas que más tiempo dedican a pensar suelen ser las que caen con mayor facilidad en depresiones. Entonces se pregunta por qué demonios piensan tanto y que su solución sería dejar de hacerlo, distraer la mente en otros menesteres. Yo soy en muchas ocasiones una de esas personas que piensa demasiado. Ahora bien, hay algo que desde siempre he procurado hacer: tratar de buscar soluciones. Así he llegado a la conclusión de que el problema no es pensar demasiado, sino pensar mal y mucho apoyándose en un único pensamiento de reiteraciones pesimistas. Ese es el verdadero problema. Hay que aprender a pensar más y mucho, pero también mejor. Ya que estamos gastando un exceso de energía y, lo que es más importante, de tiempo (que es oro y escaso) debemos procurar extraer un beneficio.
¿Qué beneficio se puede obtener de un pensamiento eficiente?
Es sencillo. Estás pensando en algo negativo, analizas el estado que te provoca, las causas que lo han producido, las opciones de modificarlo en positivo y una infinidad de posibilidades favorables y, sobre todo, tratas de hacer avanzar el pensamiento y evitar que se estanque en algo reiterativo. Tampoco es tan complicado; es metamorfosear las ideas que edifican nuestro propio intelecto, lo que está en nuestro interior. Es fácil, porque depende de nosotros exclusivamente. Si el infierno está en nosotros, es cierto que también el paraíso. Me diréis que eso es muy simple decirlo y complicado llevarlo a la práctica. No ocurre así. Hay que tomar conciencia de que nosotros somos dueños de nuestros pensamientos; somos los únicos capaces de frenar lo que nos perjudica y de tomar los acontecimientos de una manera sosegada. Sé de lo que estoy hablando porque he sufrido muchísimas depresiones reprimidas a causa de mi propia mirada introspectiva de la realidad. He superado todas y cada una. Y si algo he aprendido es que escribir me permite alejar muchos fantasmas y que hay pequeños placeres que nos alimentan la ilusión. Pero no solo eso, sino que también he aprendido algo muy importante para mí: en la vida hasta las depresiones son necesarias. Es lo que ya comenté alguna vez: mi noción de carpe diem. Para mí carpe diem no es aprovechar cada segundo como si fuera el último; es saber que todo lo que nos ocurre en cada momento es razón de aprendizaje y desarrollo, tanto lo bueno como lo malo, y no olvidar nunca que hay que adaptarse a cada situación. Vivir cada momento como si fuera el último puede llegar a ser terrible, porque tienta al desfase. Y precisamente el desfase es un vicio dañino, si se prolonga eternamente. Literalmente significa "coge el día", como se recoge una flor, sin pensar en el invierno, en el futuro incierto. Durante mucho tiempo no fui capaz de "recolectar mis días", porque me anclaba en el pasado y en ideas negativas, destructivas, fuertemente afianzadas en mí. Ahora sé que, aunque vuelvan los malos pensamientos y sufra depresiones, poco a poco soy mejor agricultor metafórico y selecciono de mis días y pensamientos las flores que mejor aroma me proporcionan.
Así pues, es el momento de que aprovechéis ese infinito pensar demasiado (peor) para convertirlo en un pensar demasiado mejor.
Maravillosa idea para que todos seamos un poco más felices.
ResponderEliminarAhora hay que ponerla en práctica lo máximo posible.
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