Hoy ha empezado el segundo trimestre y los alumnos han tenido que madrugar de nuevo , con pocas ganas, retomar la rutina que tanto odian: madrugar, llevar la mochila cargada de libros, atender las enseñanzas del profesor (ese rollo que tanto detestan, además de las curiosidades de su vida, la del profe, digo, que también les es ingrata), volver a casa, hacer los deberes (eso sí, después de dormir la siesta, tragarse mil programas basura, jugar a las videoconsolas o de horas infinitas de remoloneo) y eso para quien los haga, porque, no nos vamos a engañar a estas alturas de la vida, son pocos los que se toman la molestia de abrir la agenda (la mayoría no tiene y apunta la tarea donde le pilla más rápido o simplemente confía en su memoria; que de por sí es una herramienta poco utilizada y traicionera) y comprobar qué deben hacer para el día siguiente. Vamos, la típica rutina de un estudiante en todos los rincones del mundo y desde que se inventó la enseñanza académica.
Asimismo muchos trabajadores, sobre todo funcionarios relacionados con el sistema escolar, han regresado de sus vacaciones navideñas y deben retomar la rutina. De nuevo a soportar a esas fieras infantiles y juveniles (dirán unos y pensarán con rigidez) o al fin retomar la vida laboral y quitarse de encima los agobios propios de las fiestas que se alargan demasiado (como sucede con la navidad).
Todos habrán tenido esta mañana a primera hora el primer conflicto del ser humano: "¿Me levanto o no me levanto?" Como es evidente, salvo en el caso de algún espabilado, decidirá, no sin mucho esfuerzo, que es hora de levantarse de la cama, salir del abrigo cálido del nórdico e iniciar esa rutina de la que hablo en esta entrada de hoy.
Desgraciadamente, no todos retomarán una rutina, ya sea propiamente de trabajo o de formación estudiantil, y se verán abocados al martirio de permanecer prostados en la cama o enclaustrados en el hogar (en absoluto dulce hogar) sin la alarma del despertador sonando ni razones para retomar una rutina, excepto la rutina sanguinaria del que se sabe un estorbo para la humanidad, un organismo donde habita un parásito, el de la crisis, que ataca desde las entrañas con malos pensamientos y desgaste vital.
Así puedo decir que esta mañana, mientras todos se quejaban de su mala suerte por tener que madrugar para volver a lo cotidiano, en mi interior crecía la envidia del que ha de madrugar porque tiene obligaciones; porque es útil.
Es verdad que yo siempre madrugo, porque mi reloj vital está programado para sonar con el canto del gallo. Es cierto que, aunque hasta ahora no haya encontrado nada, no significa que no vaya a encontrarlo algún día. Tenéis razón los que pensáis que soy tan útil como los demás y que siempre hay cosas que hacer y una rutina que plantearse. Pero no puedo.
Para mostraros cómo me siento yo y, supongo, millones de españoles y el porqué de esa rutina inventada de alguien que no tiene esperanzas en casi nada. No me podéis negar que nuestro sistema nos está matando. Cada vez hay menos ofertas de trabajo, sueldos más reducidos, mayor pobreza, más impuestos, mayores injusticias y casos de apestosa corrupción. Este país, al que tanto he amado y (creo que) amaré, se está convirtiendo en un lodazal, donde cuatro puercos y medio disfrutan de las propiedades de los baños de barro y el resto se ahoga. El pesimismo ya no es un sentimiento combatible, porque está en todas partes, y nada hace pensar que la realidad vaya a cambiar y que vendrán buenos tiempos, aunque por naturaleza deben llegar imperativamente. La educación está mermada. Dicen que solo se está equiparando el sector público al privado y que los profesores no trabajan lo suficiente y, por consiguiente, les subieron la jornada laboral. ¡Esa maldita subida horaria! ¡Esa que me ha dejado sin trabajo, porque nos ha mandado a la mayoría de los interinos a la calle y sin esperanzas para los próximos cursos! Querido Wert, no sabes cuánto maldigo tus reformas nefastas. Pero algún día sufrirás por alguna parte, porque todos tarde o temprano sufrimos algún tipo de penuría. Y no, no me alegro por ello. Es una ley de vida. La sanidad directamente está ya siendo transportada y aprisonada en furgones blindados que manejan dos grandes compradores en potencia. Lo peor de todo y lo que más daño nos está causando a todos es la expansión de la desesperación, de ver cómo nos recortan sin explicaciones, sin pedirnos opinión, y que los dirigentes, entre tanto, siguen disfrutando de sus privilegios y fortunas. Europa nos gobierna; Merkel manda sobre nosotros. La democracia está siendo aniquilada y el sistema capitalista es más guadaña que nunca. ¿Cómo no verse objeto de parásitos sanguinarios?
Y ahora, después de todo este rollo de ciudadano sin rutina ni esperanza, me despido de vosotros, con la tranquilidad de saber que algún día nos cansaremos de los remilgos políticos y eclesiásticos y de que, con valor democrático, recuperaremos el bienestar que tanta falta nos hace. El bienestar es posible para todos. De eso no me cabe duda. Yo, mientras tanto, seguiré buscando los placeres cotidianos, un posible trabajo (aunque mal pagado y abusador); disfrutaré de mi familia (la parte que me queda), de mis amigos (espero que se recupere la que está regular), de ti (mis ojos del Amazonas) y de lo que la vida me pueda ofrecer bueno. Sé que cada día soy más fuerte y, al mismo tiempo, más débil. Hoy estoy débil y, sin embargo, después de escribir todo esto, me he fortalecido. Crearé mi rutina como sea.
Sólo debo añadir que no hay que rendirse, que pese a todo la desesperanza no podrá con nosotros y que, juntos, tarde o temprano invertiremos el signo de los tiempos y desfenestraremos a los que nos han llevado a esta situación. Un abrazo.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo contigo. Y afortunadamente para nosotros (o no) la esperanza es ese mal (o bien) que nunca muere. Un saludo.
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