Salí de tapas con viejos amigos
y la noche nos sumergió
en su hipnótico suspiro.
Entre comida, risa y alcohol
tu voz venía a mis oídos,
tu boca a mi corazón.
El pasado se afianzaba
y entonces el presente
se puso en marcha.
Conversamos bajo la música
de un pub muy conocido,
en sueño ilusionado de todo libro.
El relente caía profundo
y os caló como a mí,
en el fondo del asombro.
La bomba se activó
como yo esperaba,
pero gracias os doy porque no explotó.
Preocupaciones sin sentido,
os parecieron, lo sé yo,
vuestro cariño, mi devoción.
Mil años pasaran, mil años serían
un retorno fascinante e imprevisible.
Mil años nacieran, mil años corrieran
vosotros y yo acabaríamos felices.
Estas palabras se han deshilachado,
poco importa, las acojo con agrado,
porque ayer hablé y todo fue encanto.
Ahora callo, que es buena hora,
detengo la verborrea líquida
para volver a ti, a tus ojos de gato.
Y entre pantalones de pitillo
y gafas con estilo, maldigo
con desesperanza al asqueroso de Cupido.
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Y si lo pidieras volaría
al jardín de tu persona,
sin dudarlo un segundo,
por el camino de la aurora.
Y si sé que nada ocurrirá
porque el destino tiene su ira,
yo partiré con la pluma
a escribir mi historia de espuma.
Si pudiera borrar los trazos
que la desesperanza deja,
cogería la cuchilla y con asco
mi emoción haría menos espesa.
Pero nada sucede, nada ocurre,
y como buen palabrero líquido,
mi corazón se consume.
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