Después de leer un artículo de mi blog preferido, acabo de aprender el origen etimológico de una palabra que apenas pronuncia mi garganta, que ni siquiera mi mente reproduce normalmente: entusiasmo.
El entusiasmo equivale a poseer dentro un dios, una energía divina, una racha de fresco ánimo. Soy ateo, no creo en dioses ni en nada que sobrepase la realidad tangible de los sentidos. Sé que estos son engañosos y que de ellos no te puedes fiar lo más mínimo. Son mentirosos y nos transfieren la realidad a su manera; pero prefiero creer en algo que me engaña, porque al engañarme me está mostrando algo de verdad, que creer en algo que no se manifiesta, que ni siquiera engaña, porque no existe.
Mi entusiasmo perdido hace ya mucho significa entonces la fuga precipitada del dios que debiera habitarme, ¿no? Pues sí, ese dios escapó, por no decir que fue expulsado a golpe de libros y escobazos y no le he permitido que vuelva a mí. No lo quiero. Es más, lo odio. Y ahora que leo la etimología de "entusiasmo", me percato de que lo que en mí hay es lo que siempre debió haber y no ese dios que se supone que todos tenemos en ciertas ocasiones. En mí hay un ser humano, tan humano, que como tal es capaz de destruirse a sí mismo de dos plumazos y que, sin embargo, no acaba de hacerlo nunca. ¿Por qué? Porque es humano, porque es masoca y le gusta la vida tanto que es incapaz de pensar en perderla, aunque sea a golpes.
El levante me trae el bochorno, las horas fluyen imparables, mi perrita cambia de sitio sin parar, la tostada que me he comido hace un rato desaparece en mi estómago, la música suena de fondo... ¿Cómo no encontrar felicidad pura en cosas tan simples? ¿Para qué ese entusiasmo de origen divino? Me quedo con esto y con los arrebatos humanos.
Porque yo hace mucho que perdí un dios y muchos otros.
ENTUSIASMO. !Qué bella palabra y qué olvidados tenía sus recuerdos. Me apunto la palabra, será mi icono a partir de ahora.
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