Los viejos de antes, nuestros abuelos, son tan fabulosos que se merecen todas las mejores palabras del mundo. Están tan llenos de sabiduría que es triste no prestarles atención. Son verdaderas vasijas de tradiciones y saberes escurridizos, que el tiempo y la homogeneización de la sociedad a la que actualmente nos vemos expuestos va borrando con cada muerte. Así al caer la guadaña sobre sus pieles cartonadas y arrugadas, se lleva en su cortante filo más que una vida. Mucho más.
Ayer mientras estaba en la playa me pareció enternecedor ver a una septuagenaria levantarse con una estaca de metal para hincarla con rotundidad en la orilla del mar. La miré con emoción, aquella señora de bambillo azul y gorrita de campo, que se movía en ligeros balanceos y con cierta dificultad. La miré con emoción y cierta sorpresa, porque, cuando comenzó a mover en el aire el anzuelo que acababa de atar a un hilo de pescar y lo lanzó con brío, se quedó de pie mirando y contenta. Al rato, algo había pescado. Lo sacó con tranquilidad pero sin cedar en su intento y, al final, se hizo con una presa fresca. Fue fabuloso.
Una bonita tradición que se perderá. Como se pierde tanto cada día.
Pena me da saber que mi generación será una generación de viejetes aburridos y tan poco semejantes a estos abuelos que la suerte me ha permitido observar. Ser un abuelo vacío ha de ser triste. Lo más triste de todo, ahora que lo pienso, es que quizás no llegue a ser ni abuelo, tan solo un viejo solitario, que es mucho peor. Mucho peor y más triste.
Todos los abuelos son historia, la pena es que en ocasiones olvidan su propia historia e incluso quién eres para ellos. Y más pena es ver que la sociedad no está preparada para aceptar a estos seres tan queridos sin memoria.
ResponderEliminar¿Seremos nosotros abuelos entrañables? Ya digo, si soy algún día abuelo... :)
ResponderEliminarPor cierto, ¿Te conozco, Helmanticae Maria? Si no es así, gracias por participar en mi blog y un saludo.
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