Estoy sorprendido de mí mismo. Hace años que no me gusta la navidad ni su falso espíritu navideño. Y fijaos por dónde, voy y me paso más de dos semanas haciendo cosas navideñas en el instituto. Incluso he vuelto a escribir un cuento más de Navidad. Este tipo de acciones es el que me hace extraño a mí mismo, a mi forma de actuar a veces. Tal vez lo único que me lleva a escribir el cuento de Navidad sea el hecho de que hay cierta magia en la temática. No sé. El otro día en clase me hicieron leer el cuento de este año que encontráis en el post anterior. Me vi poseído por Papá Noel y Mamá Noel, pero no solo eso, también me poseyó mi propio espíritu infantil, ese de un niño que adoraba la Navidad, que se acostaba temprano para que llegara con rapidez la mañana del 25 y bajaba las escaleras deseoso de ver lo que le habían dejado debajo del árbol. Ese niño está tan vivo en mí que puedo ver y sentir lo que ocurría hace ya tanto tiempo. Noto el frío del suelo, porque siempre iba...
Las primeras palabras se plasmaron sobre piedra, quizás, estas de ahora las plasmo sobre las pantallas líquidas de vuestros ordenadores y teléfonos. Bienvenidos/as al espacio donde mis palabras tienen lugar.