Parece que últimamente le estoy prestando demasiada atención a Benedetti; será porque nunca antes quise leer nada suyo o porque no me había llegado el momento de sacarlo del desván y quitarle el polvo que cubrían sus solapas.
Ahora ha llegado el momento y estoy encantado de abrir una nueva ventana que me muestra a diario el paisaje que antes veía pero no me atrevía a describir, a reconocer como cierto. Si no me creéis, mirad esta roca levantada entre líneas de tinta sobre fondo albino:
" La felicidad es un estado mucho menos angélico y hasta bastante menos agradable de lo que uno tiende a soñar. Ella dice que la gente acaba por lo general sintiéndose desgraciada, nada más que por haber creído que la felicidad era una permanente sensación de indefinible bienestar, de gozoso éxtasis, de festival perpetuo. No, dice ella, la felicidad es bastante menos (o quizás bastante más, pero de todos modos otra cosa) y es seguro que muchos de esos presuntos desgraciados son en realidad felices, pero no se dan cuenta, no lo admiten, porque ellos creen que están muy lejos del máximo bienestar." (Le Tregua, Benedetti)
Ahora cabría preguntarse: ¿Somos realmente felices? ¿Formamos parte de esa masa de gente que es feliz y no se da cuenta o no sabe admitir que lo es? Yo no sé encontrar una respuesta. No lo sé, simplemente. Lo que sí sé es que la felicidad ha de ser un estado transitorio, porque si fuera eterna, ese bienestar infinito, no sería felicidad, pues pronto el propio cuerpo la rechazaría y buscaría un modo cualquiera de desfigurarla. Sí, puesto que lo eterno derrite todo y ser feliz solo se puede ser cuando se pasa por lo bueno y por lo malo.
¡Eso es! La felicidad es un estado resultante de las expericiencias, los momentos, buenos y malos, repugnantes, satisfactorios, bloqueadores, esperanzadores. Eso es la felicidad.
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