Un viaje, el viaje.
El viaje al infinito, a la vuelta de la esquina, al comedor, a la panadería, a la luna, a las entrañas del infierno, por las nubes, por los libros, entre letras de tinta o de agua, en los sueños, con los pies, con las manos, a través de un olor, de recuerdos, de sonidos embaucadores, en tren, en barco, en avión, en bicicleta, en monociclo, a pie.
Un viaje como sea, donde sea, cuando sea.
¡Qué importa!
Lo que importa es el viaje; lo demás formará parte de nosotros, de las risas, las anécdotas, los traumas, los silencios, las alegrías, las tristezas, las penurias, los problemas, las sorpresas. Porque el viaje es la esencia misma de la vida. Porque vivir es un viaje con destino incierto; pero, al fin y al cabo, un viaje, el viaje.
Eso sí, no olvidemos que, como he leído hoy en el tablón de Rosa Sanmartín, el viaje siempre es hacia el interior, aunque parezca lo contrario. Por ello, si buscamos en el viaje una solución a alguna obsesión, no conseguiremos encontrarla.
El viaje es una vida desde dentro y en movimiento.
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