El otro día yendo en el coche con mis amigos, Ade y Paco, me fijé en un pequeño detalle: su perro, Lunes, que estaba mirando por la ventana, no movía los ojos de izquierda a derecha, como nos sucede a los humanos.
Miramos el movimiento de los objetos sin darnos cuenta de que los ojos se desplazan con rapidez, porque para nosotros la sensación es de fijeza; como si solo miráramos aquel árbol de allí, el letrero de enfrente, la bonita casa de la colina o el arbusto agitado por el viento. Un objeto estático que, sin embargo, se mueve, porque nosotros nos movemos.
¿Qué me lleva a pensar esto?
Que los perros no prestan atención a lo que hay fuera del cristal y se quedan obnubilados en sus propios pensamientos; vamos, que viven "empanados", como nos sucede a nosotros a veces.
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