Encender el coche, deslizarse por la vieja carretera que bordea la vega para acto seguido realizar la incorporación oportuna a la autovía dirección Motril; camino simple hacia Salobreña.
Ayer fui a Salobreña, al cortijo con mis abuelos y entre jugos de naranja, golpes de azada virulentos contra la tierra seca y dura, risas cercanas abuela-nieto discurrió el paraíso delante de mis ojos.
-Luisillo, mira cómo están los tomates. Mira las mandarinas, los pimientos, las uvas -dijo mi abuela con ilusión por tenerme allí-. Este año no ha llovido nada: cuatro gotas en octubre y cuatro gotas en Semana Santa. Y ¡mira qué bonitas están las azucenas! Mira esas qué hermosas. Córtalas, están preciosas.
Mi abuela me enseña cada vez que estoy con ella que, a pesar de todo, hay cosas que merecen la pena. La explosión de la naturaleza o el hecho de poder observar cómo crecen y maduran los frutos de un constante trabajo deben ser motivo de alegrías.
-Luisillo, tráete una bolsa grande de esas que están entre esas cañaveras. Te vas a llevar habas, que aunque ya no es el tiempo y están más grandes y durillas están riquísimas; y te vas a llevar cebolletas frescas, limones ¡Qué limones más exagerados tenemos este año!, naranjas de sangre... ¿Qué más te puedo echar? -mi abuelo, esta vez, está feliz de que esté con él y de enseñarme lo que me va a dar, porque sabe que para mí su fruta y verdura es única y que valoro lo que hace. Saberse apreciado le hace estar más contento.
Las bolsas cargadas quedan depositadas en la mesa de la terraza. Comemos un potaje de habas. Está delicioso. Sonrío después de comer. Adoro a mis abuelos.
El día pasa volando, transportado por la emoción de haberlo pasado tan bien en familia, y regreso de nuevo a Vélez-Málaga, algo desorientado. Creo que los cambios constantes me hacen estar vivo pero al mismo tiempo me desorientan. Suerte que las naranjas de mi abuelo sigan inmutables como una fijación directa a la realidad.
Que placentero puede ser algo tan cotidiano, verdad, jeje, a veces cuando uno vuelve a lo esencial, a lo primitivo, todo parece mucho más fácil.
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