Hoy es domingo y se pone fin a una semana extraña, muy cargada de cosas y repleta de sentimientos contradictorios. Pienso que hace una semana estaba pensando en Salobreña, en todo lo que estudiaría, en que vería a amigos después de un tiempo sin coincidir con ellos, en que estaría con mis abuelos, con mi madre y mi hermano, etc., una semana completa esperaba y lo ha sido.
Ha sido una semana buena, pero no magnífica.
Desde el lunes hasta el miércoles fui a la biblioteca todo lo que pude por la mañana y por la tarde. Estudié tres temas y leí uno más. Es menos de lo que hubiera esperado, pero mi capacidad intelectual y mi memoria son escasas y debo conformarme con lo que tengo. Hablaré un poco de la biblioteca de Salobreña. Es un lugar viejo, vacío, con ruidos extraños, luces parpadeantes, un hombre barbudo sentado junto a los aseos y conectado con su ordenador, un anciano que llegaba dando voces y hablando solo y una bibliotecaria rubia de pelo rizado que nunca está donde debería.
La biblioteca de Salobreña es un recuerdo del pasado que sobrevive en el vacío.
El jueves estuve en Granada, pasé el día con amigos, comí en un restaurante chino, reí, reflexioné, me inmiscuí en el alma de la ciudad, bajo su ligero manto de lluvia y luz grisácea. Con Agu y David, di un paseo muy mágico a la vera del Darro y hasta una fuente donde se leía algo borroso y apenas salía un chorro de agua fría. En este paseo he aprendido que no hay tres dimensiones, sino once, y que un paraguas o un banco no son realmente rígidos, sino que en cualquier momento pueden doblarse o desplazarse por los elementos que componen todo: neutrones y demás. No sé nada de estas partículas. De ellas recuerdo solo a un profe de 3º E.S.O. jugando con una tiza y a la vez mostrándonos una maqueta de plástico con bolas rojas, azules y blancas.
El viernes comí trompitos y buñuelos de bacalao de mi abuela. Me pasé la mañana leyendo "Mago por casualidad", un gracioso libro infantil de Laura Gallego. El libro, por cierto, lo había comprado el miércoles en una librería de Salobreña que lleva años abierta y a la que nunca había accedido por indiferencia tal vez. La librería es fabulosa, desde mi punto de vista, es evidente. Fabulosa porque vende libros en francés y, sobre todo, porque tiene libros franceses de segunda mano, cuyo precio lo marca el mismo comprador. Así que me hice con "l'arrache-coeur", "Gargantua", "Poésie ininterrompue" por el módico precio de 8 euros.
El Sábado, ayer, estuve en el cortijo de mis abuelos, respirando recuerdos, pureza, sol, gotas de rocío, cacareos, movimientos rápidos de conejos, carne al ajillo, despedidas, visiones encantadas de Salobreña y mar.
Ayer conduje hasta Roquetas y por la noche me despedí de un amigo que ahora se marcha porque le ha salido trabajo en una empresa importante de informática. Comí un escalopín italiano con salsa de balsámico de Módena, guarnición de verduras cortadas en juliana, y de beber tomé agua mineral.
La semana ha sido corta; eso es buena señal porque lo bueno se hace breve. Toda la semana no he dejado de pensar en mi futuro, si me llamarán pronto, si trabajaré lejos, si será algo largo o corto, si el destino quiere no alejarme del aliento que inhalo día a día en cierta voz y ciertos ojos.
La semana acaba hoy y lo hace montada en un coche azul abombado con destino Lucena provisionalmente, sin destino fijado aún.
P.D.: Esta semana ha llovido algo, espero que siga haciéndolo, porque lo necesitamos. La naturaleza y el agua en particular son más importantes que una fe humana; le moleste a quien le moleste.
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