Todos tenemos envidia, pero ya puestos por qué no envidiar nuestras propias vidas.
Envidiar nuestro aliento, la luz que nos daña el párpado, el frío que nos eriza la piel, ese abrazo cálido de la realidad. Si nos envidiáramos a nosotros mismos el camino se haría más fácil, porque ahí puede estar una de las claves de la felicidad, la brisa que deshilacha nieblas o que vuelve el fango más ligero, el impulso detenido y la pausa acelerada a un mismo tiempo.
La autoenvidia es estar "en vida", aunque solo sea por juego sonoro.
Así me he levantado, autoenvidiado, aunque parezca que no tengo motivos para ello.
Y voy a envidiarme; he escrito un poema sobre este tema que me ha quedado maravilloso. Me envidio. Envidio mis movimientos, el teclear en este ordenador, la música triste que suena a mi alrededor, los recuerdos de un pequeño viaje ya terminado, hasta envidio esa lista de interinos que no avanza. ¡Qué más da! Es motivo de envidia.
Envidio la voz rota, las lágrimas propias, el deseo poco fructífero, las gafas adheridas a mi piel, la nueva arruga que me surca ahora la piel, los años aumentados próximamente, la uña mal cortada, el lunar de mi boca, el ojo algo enrojecido, la mente poco despierta, el sueño y la pesadilla. Me envidio en todo, lo bueno y lo malo. Soy esa envidia reconducida. ¿De qué sirve envidiar a los demás? Es doloroso. Envidiarse uno mismo es fabuloso. Que tengo una tos seca que me acompaña desde hace mucho, poco me importa. Envidio esa tos que me mantiene vivo.
Vivo.
Envidiaré hasta mi propia agonía, el día que llegue. Porque nada temo de la muerte. Porque sé que es inevitable. Mejor entonces adorar lo que llegará en algún momento. Envidiarse.
Envidiaré hasta mi propia agonía, el día que llegue. Porque nada temo de la muerte. Porque sé que es inevitable. Mejor entonces adorar lo que llegará en algún momento. Envidiarse.
¿Esto es vanidad? Poco me importa. Envidiarme, esa va a ser una de mis prioridades. Envidiar todo de mí mismo, tanto mis defectos como mis virtudes. Envidiar mis pulmones encharcados o el corazón rebosante de sentimientos.
Envídiate. Tienes tantos motivos; tantos como todo lo que sintomatiza la vida. Eres pura envidia. Vida, sin más.
Eso ya es una razón de peso.
Buah, genial Jose, me encanta, la forma y el fondo. Pero sobre todo este mensaje que es toda una declaración de intenciones y de vida. Bravo.
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