20-N
El cielo está encapotado. Hace frío. Calahonda se ha inundado tras las trombas de agua de ayer por la tarde-noche. Tormentas y rayos. La luz se fue varias veces. Y hoy, el cielo sigue cubierto de una masa gris intangible y yo camino con la seguridad del que alza la cabeza firme porque sabe que está cumpliendo con su deber, aunque sea consciente de que por mucho deber que cumpla su acción apenas tendrá relevancia.
Camino directo a mi mesa electoral. La busco al entrar en el recinto. ¡Qué casualidad! Es justo la que tengo enfrente. Abro los dos sobres para comprobar que no me he equivocado. "Sí, son las mismas papeletas que había metido esta mañana", me confirmo.
Un minuto después, los sobres se mezclan en la caja con muchos otros y yo sé que entre ellos la mayoría es de un color que no me gusta; me asusta. No el color en sí, sino las ideas que lo componen, porque descubro entre sus trazos un mecanismo retrógrado; el mecanismo de la máquina del tiempo que retrocede la realidad al pasado, a un momento poco afortunado. Además de eso, veo una "s" que me repugna y que babea ya la victoria del cromañismo, que no ve otra cosa más lejana que unos valores tradicionales que hay que reimplantar.
Tiemblo.
Me alejo de las urnas con el temor de un hombre ojeroso y apesadumbrado, que escucha música francesa antigua pero que abre cada día más su mente hacia la libertad, hacia los derechos de todos. Soy ese hombre que gusta del pasado, pero solo de lo bueno del pasado, y que mira el presente con una perspectiva de futuro abierta, a veces relativista, donde todo vale, siempre y cuando no se dañe a nadie. Ese hombre que enraiza en el mayor de los pesimismos y que, sin embargo, no deja de creer en las utopías, en su propia utopía. El hombre que lee en el 20-N un "vete nadando", porque es lo que tendrá que hacer para encontrar un sistema que le deje las alas intactas y que no le corte el aire que respira y que impulsa esas alas hacia cumbres elevadas.
Un 20-N, como un "vete nadando", por no vivir ahogado.
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