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Ícaro

Escapamos de la prisión de Minos por tu ingenio.
Me diste alas con las que surcar los cielos,
pero yo era un crio aventurero
que conocía después de tanto
la libertad.
El aire me acarició las mejillas, el cuerpo,
el sol quemaba y las gaviotas pescaban
hijos de poseidón, ninfas del agua.

Me dictaminaste consejos que no seguí:
"las alas son de cera, el sol las derrite y
las plumas son ligeras sin aguas en sus entrañas".
Me lo dijiste con firmeza y yo no escuché.

¡Me sentía tan libre!
Sin gravedad, sin muros, sin leyes,
solo un destino de regreso,
unos ojos brillantes y acuosos,
unos brazos débiles y necesitados,
un perfume a azahar y olivo.

Me diste alas con las que escapar por los aires
y escapé,
por el camino equivocado.

La memoria ya no existe aquí,
solo hubo una laguna con un barquero
que me pidió monedas con su desdentada boca.
Cruzamos juntos las turbias aguas
y allí me dejó, ese esqueleto moribundo.

Ahora estoy sentado, mirando tu reflejo
en un charco de lava. ¿Por qué lloras?
No sirve de nada. Me diste alas para la libertad
y la libertad alcancé, no como querías,
pero la viví en cada aleteo,
en el sol que derritió la maleable cera,
en la blanca espuma de las tormentosas olas.
¿No sé si fue Poseidón quien me quitó el aire
o si fueron los rayos del sol?
Porque recuerda, Padre,
que aquí ya no hay memoria.

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