Esta mañana me he levantado con muchísimos temas dando vueltas en esta tetera que me sirve de cabeza y, llegado el momento de escribir una entrada en este espacio, me encuentro con que el vacío y el olvido hacen acto de presencia: no recuerdo lo que había estado pensando. Cada día olvido con mayor facilidad; hecho que me preocupa mucho, teniendo en cuenta que tengo 25 años.
Según oí no hace mucho, las neuronas empiezan a morir a la edad de 20 años, por lo que llevo 5 años y medio de deterioro neuronal. Teniendo en cuenta que mi memoria produce cada vez huellas menos resistentes, cabría esperar que en el plazo de unos años acabe padeciendo algún tipo de enfermedad neuronal. ¡Qué pánico! Prefiero no pensarlo y centrarme en un tema que me interesa mucho más: el aprendizaje de lenguas.
Dicen que los españoles somos malos aprendiendo idiomas. ¿Fallo del sistema educativo? ¿Es el español una lengua propensa a bloquear otros idiomas? ¿Tenemos una idea falsa de lo que debemos hacer? ¿O acaso es un cúmulo de circunstancias?
Con 8 años empecé a aprender inglés en el colegio: poco oral, mucha gramática y siempre los mismos campos semánticos (colores, deportes, números). A la edad de 18, al terminar bachillerato, era capaz de comprender un texto de dificultad intermedia, pero no una película, una canción, un angloparlante... vamos, que no entendía, lo que se dice, ni papa. ¿El problema? Jamás había intercambiado una palabra de inglés con un nativo, ni me había empapado del idioma, ni había tenido que hacer un tremendo esfuerzo para comunicarme, ni había metido la pata, ni me había entusiasmado con sus sonidos... ni muchos otros ni. Por consiguiente, el sistema y yo habíamos fracasado en ese aspecto.
Además, sucedía y sucede que el español tiene una grave carencia con respecto a otras muchas lenguas: un sistema fonético pobre, además de un acento tremendamente seco y castizo. ¿Qué tiene esto que ver? Mucho. La evolución del español habla de una tendencia a la simplificación: se reducen los sonidos por comodidad; quizás porque en el fondo o en la superficie, los españoles somos vagos o quizás porque hablamos demasiado o tal vez por ambas. Con un sistema fonético pobre, nosotros debemos hacer un mayor esfuerzo para pronunciar sonidos que en un principio (si acaso nunca) somos incapaces de diferenciar y, por consiguiente, de pronunciar. Lo que a simple vista puede parecer irrelevante, a la larga se hace insostenible. Un ejemplo: no es lo mismo decir en francés (por ser un idioma que conozco mejor) "bite" (juntando los labios) que "vite" (juntando las paletas con el labio inferior), porque se pueden decir verdaderas barbaridades. Un español, por desgracia, en este caso anterior pronunciaría siempre la primera palabra pudiendo causar situaciones muy vergonzosas, puesto que "bite" es el aparato sexual masculino, dicho desde un nivel vulgar.
Un idioma se aprende con esfuerzo y práctica, con risas, malentendidos, comparaciones, emociones, amor. Cada lengua ha de afrontarse, desde el principio, desde la comprensión auditiva pasando por la producción oral hasta la producción escrita y jamás con una puntuación o una base gramatical. Cuando digo con una puntuación, me refiero a que el sistema educativo está mal planteado. Deberíamos aprender idiomas, desde los primeros años, como una herramienta más para la comunicación y el conocimiento del mundo, sin que se tratase como una asignatura más que debemos puntuar y evaluar con números. Un idioma no son números. Un idioma es sentimientos, pensamientos, culturas, nuevos sonidos; pero jamás números. En el momento en que los números salgan de la lengua y esta forme parte de la realidad del alumno, el idioma entrará; eso sí, con esfuerzo.
Por cierto, sigo siendo incapaz de desenvolverme en inglés como se supondría que debería ser, después de tantos años de estudio. Sin embargo, aprendí francés en menos años. Primero porque me gusta, segundo porque son lenguas muy parecidas, tercero porque tuve profesores que supieron entusiasmarme y hacerme ver el idioma como un ser vivo que puede crecer en mí mismo, además de que supe organizarlo desde un principio desde otra perspectiva, y lo que es más importante, me he equivocado mil veces, he descubierto parte del idioma por mí mismo, he debido pasar vergüenza, hacer grandes esfuerzos, centrarme poco a poco en diferentes sonidos, hacer conjeturas, equivocarme, equivocarme, equivocarme y seguir equivocándome. Tal vez sea de las pocas cosas en la vida de las que he sabido aprender y resistir, a pesar de tropezar mil veces y de seguir tropezando otras tantas. Es verdad que lo aprendido se disuelve con facilidad en las garras del olvido, pero también es cierto que pronto lo rescato y lo saco a la punta de la lengua, porque me gusta, porque lo quiero.
Sin los idiomas, no sería el mismo; sin mi francés, no sería yo.
Con esfuerzo y placer, no dejaré que el ancla del olvido lo sumerja en sus profundidades, aunque aprender un idioma cueste trabajo.
Los españoles no somos malos en los idiomas, digan lo que digan. Es el camino hacia ellos, el que es malo.
La letra con sangre (y vergüenza) entra, no es?? que nos lo digan a nosotros!! he he he!
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