Sonó el teléfono
me respondieron.
Aquella voz ajada,
enferma parecía,
pero su mensaje solo era
las palabras que no quería.
Sonó la palabra,
sentí escalofríos,
había llegado el momento
de pintar el último resquicio.
Sonó el reloj,
llegó la hora,
crucé el umbral
de la aurora.
Sonó lo que sabía
el punzante timbre
de mi despedida.
Y me marché.
Cayeron lágrimas ciegas,
locas fueron por el lado equivocado.
Precipitadas hacia el corazón
del fin de esta estancia.
Frío primaveral,
caótico desvelo,
asoman desde ayer
en todo mi seno.
Adiós.
Siempre que se cierra una ventana, se abre otra que traerá más ilusión, más esperanza y más vida.
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