Pequeña conclusión.
Tras salir del instituto he ido al centro a comprar alimentos con los que inflar el estómago de mi nevera y consecuentemente el mío propio. He realizado el mismo recorrido que siempre, pasando por la biblioteca, y por mal que me pueda sonar, casi no he levantado la cabeza de la pantalla del móvil. Mi campo de visión se ha visto reducido a una pantalla de teléfono rodeada de acera blanca y alquitrán de carretera. Y de repente he llegado a la plaza de Lucena. Ha sido en ese momento cuando he levantado la cabeza y he caído en la cuenta de que el móvil es adictivo y problemático, me absorbe. Y eso no es lo peor de todo, la gran tragedia me ha sobrevenido cuando he comprobado que la inmensa mayoría de la gente estaba mirando la pantalla de su móvil particular.
Así estamos destinados al fracaso. Al fracaso de olvidar de qué color es el cielo, cómo es el mundo que nos rodea y perder la noción de que la red virtual te tiene preso en sus hilos imaginarios, pero tangibles solo con las conexiones neuronales. Y me pregunto si no habrá ya más de uno que haya caído por completo en esta trampa e, incluso, que si hay una organización detrás de todo este entramado virtual. Lo que me hace pensar en el argumento de una deliciosa novela juvenil.
Pequeña pregunta personal:
¿Estamos ante uno de los mayores imperios de la historia y no somos conscientes de ello?
Respuesta posible:
Solo lo sabe el que controla todo lo que se esconde detrás de esa atrayente pantalla negra.
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