Frágiles somos y frágiles nos quedaremos.
Hoy no ha sonado el despertador, porque no hacía falta que sonara. Me he despertado entonces por inercia a una hora recomendable para el sábado. Aprovechando lo cómodo que se está en la cama, he abierto el libro que reposa junto a esta y he leído durante un buen rato, disfrutando de la candidez que ambas cosas, cama y libro, me ofrecían.
El desayuno ha sido el típico café con leche y galletas rellenas de chocolate. Ya veis que nada que esté fuera de lo normal. Goloso como soy, me gusta empapar la galleta en el café y llevármela a la boca. Esto conlleva el peligro de que a veces se desprenda algún trocito; pero ese riesgo merece la pena. Hasta ahí estaba en plena forma, incluso horas después. Sin embargo el cuerpo es todo un enigma de fragilidad.
Tras horas corrigiendo cuadernillos, se me ha ido un poco la vista, he notado mareos y vértigos; pero a pesar de todo he seguido corrigiendo hasta que justo antes de ponerme a preparar el almuerzo la situación ha empeorado. Desde entonces tengo ganas de vomitar, mucho malestar, cansancio, debilidad. Y lo peor de todo es que tengo que seguir corrigiendo, preparar mis clases de esta semana, estudiar algún tema de oposiciones, rellenar la solicitud de la convocatoria de las mismas. No puedo, en cambio. Me siento decaído. Soy frágil.
Frágil.
Tan frágil como el orden.
Frágil.
Tan frágil como la naturaleza.
Frágil.
Tan frágil que ya no tengo fuerzas.
La cama me atrae sin compasión. Las mil mantas me atrapan y con fruición me comen. Solo han sobrevivido mis manos que ahora teclean en este teclado y mi cabeza que casi no puede ni reflexionar. Se me cierran los ojos. Se han cerrado...
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