Baja al infierno y verás que allí ni se baja ni se sube, porque el infierno no está arriba o abajo, está en ti, puede que en los demás, pero ni abajo ni arriba.
Quiero pensar de dónde viene el Hades, la reencarnación como castigo y el infierno, el temor a ese fuego eterno que abrasa las almas o la laguna estigia que se cruza gracias al barquero. Quiero pensar cómo nace esa idea de tránsito, de castigo, de precio por una nueva vida. Me pregunto cuándo nació el infierno, quién lo creó o si tendrán los animales idea de infierno. Intento imaginar a esos primeros homos que ven morir a alguno de su clan y sienten pena o miedo a que sufran allá donde estén. O a esos que matan a sus presas y las cocinan con ayuda del fuego. Entonces este comienza a adquirir la importancia dentro de la lógica del infierno. Ven con miedo el rayo que incendia la rama y, alimentándose del bosque, reduce su inmensidad a cenizas y negrura. Esos primeros seres humanos que conocen la furia del fuego, saben que en él uno acaba quemándose y es entonces cuando alguien más listo se aprovecha de ese miedo, que crece sin pausa, para crear une terror mucho más terrible, el de un lugar de fuego abrasador tras la muerte. Ahí debió surgir el infierno; diré el infierno estructurado. Pero se trata solo de uno de los muchos infierno. Porque infiernos hay muchos. Lo que es realmente único es su característica común: un origen a raíz de la conciencia del terror, del miedo.
El infierno es el miedo.
Por lo tanto, cada especie conoce un infierno, uno propio y particular. Mi perrita verá el infierno al quedarse sola, abandonada, triste... cuando no hay nadie en casa; temerá que nadie vuelva y será entonces cuando el infierno abandone su conciencia canina y tome forma, expandiéndose por las paredes, inundando el suelo con su particular olor, con colores tétricos, distintos, colores que somos incapaces de imaginar porque para nuestro ojo no existen. Ella se sentirá ajena a la realidad y, en cambio, percibirá la realidad con mayor nitidez, como aumentada: oirá pasos donde no los hay, se adelantará a la tragedia, tocará fantasmas que no existen, hablará consigo misma sin saberlo, verá en los espejos y cristales un reflejo poco nítido y creerá que está rodeada por perros con mirada asustadiza. Creerá estar sola en un mar de perros multiplicados, que son ella misma. Sin mí. Sin mi madre. Ella sola en la muchedumbre canina. Su propio infierno.
Ahora bien, ¿cuándo termina el infierno? ¿Dónde toca fin su reinado?
El infierno no es eterno; de hecho muere cuando la conciencia muere, cuando el temor desaparece, cuando la vida se toma con tranquilidad, cuando la muerte ha perdido todo su poder y ha quedado relegada a un mero mecanismo de regulación vital.
El infierno, la muerte,
esas caras ausentes.
Fueron muchas, muchos sus colores
y cuando uno se lo propone
las diluye para siempre,
aunque sigan presentes.
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