Escribo y no me puedo concentrar, porque tengo a mi perrita mirándome fijamente con sus dos ojos de mora. Está quieta, como si ya nada estuviera a su alrededor; nada más que yo. Conozco esa mirada. En el momento en que ceda a su atracción, ella meneará el rabo y sacará la lengua y se me lanzará con sus patas delanteras sobre mi pierna apoyada en el sofá. Entonces tendré que dejarlo todo y dedicar unos minutos a ella, que se pasa todo el día junto a mí, sin molestar, sin ladrar, sin moverse. Es una presencia que me acompaña. Por ello se merece que ahora mismo deje de escribir y dedique el tiempo en lo que ella necesita.
Le enseño la correa, gira sobre sí misma y mi Xena por los nervios de salir sufre un ataque de estornudos. Le sonrío. Ya ha llegado su hora. Le engancho la correa en la hebilla del collar, meto una bolsita en el bolsillo y salgo.
Libertad. Libertad compartida.
Por mi Xena, una rápida escapada.
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