El chico camina despacio y, concentrado en no parecer miedoso, imprime fuerza en cada paso. La calle está desierta, el sol acaba de despuntar y se oyen a lo lejos voces de críos, ruídos de autos. Ya divisa la altura de ese edificio que tanto miedo le provoca. Se detiene un segundo, mira a su alrededor y ve a un grupo de chicas doblar la esquina.
"Se van a reír", presiente.
Aprieta el paso, hasta que, al final de la calle, se topa de frente con la muchedumbre. Pero él sigue corriendo.
"Y ahora examen de mates", se queja en susurros.
Se suelta una asa de la mochila dejando todo el peso sobre un solo hombro. El grupo de chicas casi le ha dado alcance.
Tiene miedo de caerse.
Le tiemblan las manos, de repente; la timidez se apodera de sus pasos, que lo mismo se detienen a ratos, lo mismo aceleran el ritmo.
Sabe que va a ocurrir.
Sufre una repentina presión en el pecho, le falta el aliento.
"Se van a reír", piensa, como cada día, a cada momento.
Los gritos suenan por todas partes. Unos niños corretean, otros se despiden de sus padres, otros tantos aguardan en el puerta ocultando alguna sustancia prohibida; todos, con sus máscaras licuosas, interpretan un papel. Se hacen los graciosos, forman grupos extraños, sonríen a sus madres, se burlan, mascan chicle, se besan.
Hacen lo que se espera que hagan.
Esquiva al grupo de la izquierda, no quiere ni que perciban su presencia. De golpe, se tropieza con la chica de los libros.
"Lo que me hacía falta ahora".
Se le cae la mochila y se ruboriza. Oye una risa. Se interna corriendo en el edificio. A través de la jauría, las risotadas suenan mil veces; por suerte, llega a clase, se sienta en la última fila, desde donde controla cualquier movimiento. Las piernas le tiemblan aún y las mejillas no se han destintado.
Pedro, su mejor amigo, lo saluda, se sitúa en su asiento y, justo cuando se da la vuelta para sacar los bolígrafos y la calculadora, se percata de la situación.
- ¿Qué te ha pasado otra vez? -pregunta ya harto de ver a su amigo tembloroso.
"Lo sabe. Siempre me pasa lo mismo. Siempre me descubre".
- Me he tropezado con la Letras y todos se han reído.
-Nadie se ha reído de ti. Siempre te pasa lo mismo. ¿No te das cuenta de que somos invisibles a los ojos de los demás? -responde su amigo, algo apenado. Chocarse con la Letras, la chica esa que se pasa el día leyendo, es tan habitual como que el obseso este se crea que se ríen de él.
- Los he oído. Todos se reeeeeeíiiiiiaaaan -tartamudea.
- Nadie se ha reído. Lo sé porque iba detrás de ti. Pablo, tienes que dejar de obsesionarte con las risas. Si alguien se ríe a tu alrededor, no lo hace porque le resultes ridículo. Simplemente porque algo le ha hecho gracia -hace una pequeña pausa y añade:- Me dijiste que no se lo comentara a mi madre, pero al final he decidido que era necesario.
- ¿A tu madre, la psicóloga? ¡Ni que yo tuviera algún problema! ¿Acaso crees que estoy loco? -alza un poco la voz.
Suena el timbre. Está a punto de empezar el examen. "Se reían de mí", piensa. El profesor entra en la clase y pasa lista. Después de nombrar a Pedro, este se vuelve a girar y le sentencia:
- Tienes Gelotofobia. Mi madre te espera esta tarde en casa.
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