Cuánto espero que la inspiración me llegue en el momento en que yo decido ponerme a escribir y nunca aparece. Ella siempre me susurra palabras y transpira perlas de ideas cuando no puedo prestarle atención. Si supierais la rabia que me produce... Así que ahora estoy aquí con ganas de escribir y sin saber muy bien sobre qué hacerlo. Y me siento entonces como el hambriento que va a la despensa y descubre que allí hay más aire que alimento y que por tanto no le queda otra opción que seguir notando el vacío que se genera en su estómago, el rugir de los jugos gástricos y la explosión de un nuevo bing-bang.
Escribo tonterías, dejándome arrastrar por el tintineo de las teclas, por la pesadez del pensamiento que no fluye y por esa sensación de creer que no volverán las nieves a estas altas montañas por mucho que el invierno ha de regresar, así como la canícula ha de diezmar los campos hasta el fin de los tiempos. No sé qué escribir, a pesar de haberme recordado mil veces cada día que la inspiración no es una bocanada de aire nuevo que entra en nosotros por casualidad, sino la vida misma. Las ideas están ahí, en el sofá, en aquel árbol que se balancea por la brisa que sopla, en el timbre del vecino, en la olla exprés a plena presión, en el batir de un huevo que pronto será tortilla, en la transformación multicolor del cielo, en la hormiga que busca azúcar en una gota de coca-cola, en los pájaros que cantan con dulzura ahora que la primavera viste el ambiente de flores y aromas... La inspiración está tan omnipresente que no prestamos atención a su multitudinario paso. ¡Y eso que nos pisa a cada segundo!
Esta mañana brotó transportada por la radio. Los locutores se burlaban de los políticos, de los errores gramaticales de la gente, de un borracho que desea delinquir para regresar a la cárcel porque allí vive mejor que en la calle; todo era motivo de broma. El que bromea no percibe la broma propia que él mismo está haciendo al mismo tiempo que se ríe de otro. Su tono era de pena. Él hablaba como si estuviera en otro escalón, en la cúspide, a salvo de las necedades, de los errores, de las faltas, de los fallos del sistema. No somos capaces de ver que la burla y la crítica lanzada a base de tacos no es burla ni es crítica, sino algo muy distinto; es síntoma de estulticia. Todos podemos ser ese borracho que da pena, porque parece ausente de sí mismo, y acabar deseando cometer un crimen para que nos lleven de vuelta al jardín de las frutas, que no doradas ni de plata, pero que alimentan más que el vino rancio de la calle. Y sí que hay algo que falla en este sistema que da mejor vida al que priva de la libertad por delito. Pero una cosa es esto y algo muy distinto es creer que uno mismo podría hacerlo mejor cuando en realidad no hace nada por mejorar a situación. O pensar que uno está a salvo de toda adversidad ajena.
La inspiración es algo que ni la cárcel puede robar ni el vino tampoco.
Me gusta mucho Joselillo, incluso con el desorden de tus pensamiento que salen a borbotones, jeje, pero me gusta mucho. Un abrazo.
ResponderEliminarHa quedado muy como mi cabeza: dispersa. En el fondo a mí también me ha gustado este post. Gracias, Agu. Otro saludo para ti.
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