Fes tiene el aspecto de una ciudad hermana de Granada.
Uno sabe, sin duda, cuándo se encuentra en un lugar que podría ser su casa. Es la sensación de sentir que la atmósfera, las caras de la gente, la arquitectura, los aromas, el cielo, la calzada... todo parece formar parte de uno. La ciudad nos abraza como lo hace una madre o una abuela. Al internarse en las calles de la medina de Fes, cualquier granadino, a mí al menos me sucedió así, se ve envuelto por la familiaridad de los colores y la estrechez de las calles, por donde no circulan los vehículos de motor, solo burros y mulas, que inevitablemente me recuerdan a mi Salobreña de la infancia, que ya no es la misma. Fue tan fuerte la familiaridad que creí vivir en el recuerdo de una Andalucía de hace muchas décadas, puede que siglos, aun sabiendo que yo no había vivido en esa época. De aquella ciudad salí lleno de vida, como sus sabrosos zumos de frutas, de naranja por nombrar alguno, o como la vistosidad de las ropas, de los dulces y sus artesanías.
Acabo de ver un documental sobre Fes y ha sido por casualidad, una de esas que te hacen detenerte al cambiar de canal porque has visto algo reconocido. He visto una calle y me he recordado con placer paseando por ella con mi mochila roja. Era una calle de paredes blancas y maderas ocres a modo de túnel. Era un poco de bóveda de Salobreña o Albaicín de Granada. Uno no olvida nunca donde ha estado. Puede pensar que el recuerdo se ha borrado por completo. Puede tratar de rememorar una calle de las muchas que ha visitado y no lograrlo. Sin embargo, la imagen vívida del pasado reactiva cualquier huella impresa en el cerebro al menor estímulo. Yo he visto la calle y he recordado todo.
De Fes me sorprende mucho las similitudes que tiene con Andalucía. Es ella misma condensada en una medina. Posee algo de cada rincón, pero sobre todo es muy Granada. Está tan conexionada con su pasado. De ella huyeron andaluces y se refugiaron en Fes, donde encontraron hogar, donde impregnaron todo de la cultura de Al-Andalus, que aún queda presente en ese barrio de la medina llamado andaluz. Para cualquier amante de su tierra es emotivo toparse de repente con un barrio que lleva su nombre, que guarda los recuerdos del pasado. Pisar por donde pisaron antepasados de su tierra y oler su aire, tocar sus paredes e imaginar cómo fueron sus vidas. Les arrebataron su hogar, pero hallaron otro que era el mismo. Todavía hoy se me eriza el vello al rememorar Fes.
La geografía es la memoria de la historia.
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