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Conciencia mortal de Baudelaire

A Baudelaire lo conocí un día tan caluroso como el de hoy. Recuerdo que venía volando en un albatros solitario y que su poema salía escupido de la boca de mi profesor de literatura universal. Descendió herido de aquel ave, juguete desplumado de unos marineros, y su carne se consumía en mi hoja de papel como el gas de un refresco. 

Desde aquel día Baudelaire ha aparecido en muchas ocasiones en mi vida. Por alguna razón muchas veces he sentido que él y yo somos parecidos. Como es evidente yo no soy él. Ahora bien, él sí es yo. Él fue yo y será yo, porque es universal, porque fue objeto de la muerte, de la tristeza, de la angustia, de la soledad, al igual que lo somos todos nosotros, tú que me lees y yo que lo escribo. A nuestro ilustre albatros le aterraba la idea de morir y al mismo tiempo era presa del miedo cuando imaginaba que la vida pudiera alargarse demasiado. ¿Quién no ha padecido esa enfermedad que es el tiempo? ¿Nunca has temido morir repentinamente o imaginarte viejo y vasija perenne de enfermedades y achaques? Yo ahora mismo no pienso demasiado en esos asuntos, pero sé que algún día, como en este post estoy haciendo, regresaré a la reflexión eterna de la vida y la muerte: la dureza de una y la obsesión desesperante de la otra y viceversa. 

¡Cuántas veces coqueteó Baudelaire con la muerte! 

Estando en Bélgica, cuando la enfermedad lo compungía, concluyó que tenía serias razones para tener lastima de aquellos que no amaban la muerte. Es lógico que un hombre que ve las fauces afiladas de la muerte en sus narices crea que estas sean en realidad algo digno de amor, porque ha de hacerse a la idea de que lo que le espera es mejor que lo que ya tiene. Y no se conforma Baudelaire con eso, además añade en su panfleto inacabado Pobre Bélgica: «L'amour excessif de la vie est une descente vers l'animalité», lo que equivale a que es mejor despojarse del instinto de supervivencia que nos lleva a amar la vida, porque si no lo hacemos estaremos dejando que nuestra parte animal se imponga a nosotros mismos. ¿Amar en exceso la vida es un descenso a la animalidad? No lo creo. Tal vez debamos aceptar con naturalidad que la vida y la muerte son la misma cosa, caras de una moneda que rueda por unas escaleras que llamamos tiempo. Amor por la vida, como por la muerte. Sin muerte no hay vida y sin vida no hay muerte. Es así de simple. La muerte está presente en nosotros y no somos conscientes de ello, a pesar de que espera sigilosamente en nuestro interior. Es una emboscada en un desfiladero.

"Et, quand nous respirons, la Mort dans nos poumons 
Descend, fleuve invisible, avec de sourdes plaintes." 

(Y, cuando respiramos, la Muerte a nuestros pulmones
desciende, río invisible, con sordos quejidos.)

De todos modos lo que le ocurre a Baudelaire es lo que nos ocurre a todos con determinadas entidades, por denominarlo de alguna forma. Él se obsesiona en algún punto impreciso de su vida con la muerte y, desde entonces, esta se convierte en una semilla que se nutre de él, del mundo y de las circunstancias para florecer en su conciencia como una voz que resuena hasta la desesperación. De hecho, nuestro querido Charles trató de llegar a la muerte, de forzarla en varias ocasiones. A su madre se lo explica como "una idea fija que vuelve con periodicidad"  (aquí un enlace a la carta escrita a su madre http://www.lamaquinadeltiempo.com/Baudelaire/cartaasu.htm ).

Tras episodios de este tipo, constata y dictamina que el ser humano tiene derechos que no habían sido recogidos (ni lo son todavía) en la declaración de los derechos humanos: el derecho al suicidio. Lo curioso es percibir esa paradoja de la que hablaba hace unos días: contradicciones que nos hacen humanos. Baudelaire en esa carta a su madre insiste una y otra vez en que está exhausto, sin energías, sin ganas de vivir y, sin embargo, le ruega a  que venga a socorrerlo, que le dé el aliento que le falta, que le ayude y, en definitiva, que lo mantenga vivo. Es la paradoja del ser humano. En la carta surge por momentos la duda de si Baudelaire intentó suicidarse de verdad o son solo llamadas de atención, intentos falsos. Parece que resalta más esta última idea.

Al fin y al cabo, si la vida y la muerte son dos caras de una misma moneda, no ha de sorprendernos que la vida pueda ser nuestro propio ataúd y que la muerte sea la liberación del mismo. Para Baudelaire el cuerpo es una tumba de cadáveres. ¡Idea escalofriante y muy exacta! ¿Quién no te dice que los gusanos que aparecen al morir no seamos nosotros mismos liberados de esta prisión que es el cuerpo y la vida? 

No quiero explayarme demasiado en esta idea, porque sé que sueno repetitivo a menudo. Baudelaire en vida anotó dos títulos para dos poemas en prosa que no llegó a escribir y que, a mi parecer, son claros ejemplos de lo que es la muerte: la muerte como verdugo y la muerte como amiga. ¿No os parece una gran visión de la muerte? 

No soy experto en Baudelaire, pero, como ya dije, Baudelaire soy yo y sois vosotros, porque es universal. Leer su carta es contemplar la naturaleza misma del ser humano y de la vida. Vivir en él es morir, como morir en sus escritos es vivir. ¿Una chorrada, digo? No. He muerto en él muchas veces. He deseado que el alud de su poema me arrastrara en su caída cuando estuve mal. Ahora vivo en él, sabiendo que hay cosas que merecen la pena. En su carta vemos que él tenía sus motivos para vivir, aunque en algunos fragmentos lo niegue: su madre, su desorden, sus obras sin terminar... 

La vida tiene pilares que sujetan a cualquiera; no obstante, uno puede lanzarse desde uno de ellos siempre que lo vea oportuno. Ese derecho se lo debemos a Baudelaire.


Comentarios

  1. No sé francés, y bien vendría para leerlo como conviene. He leído varias veces, enfrascado como en un combate, Las flores del mal. La primera vez me desocncertó. Era muy joven y hubo una decepción. Luego regresé y entendí el mal y comprendí ese pequeño prontuario de dolores, compartido, hecho belleza. Buen texto, amigo.

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    1. Gracias, Emilio. Yo a Baudelaire siempre lo releo como picoteo. Siguiendo esa idea de la muerte que le sobreviene periódicamente, a mí me apetece un mordisco a alguno de sus poemas con periodicidad indeterminada. Ojalá aprendas francés. Tu escritura es muy francesa. Un saludo.

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  2. Excelente post, José Luis. Siempre que volvemos a los clásicos descubrimos cosas nuevas. Este año me ha pasado a mí con "El pintor de la vida moderna" o la pequeña biografía de Poe. Y me he quedado con ganas de seguir leyendo ensayos de Baudelaire", al que, por supuesto, nunca le perdonaré algunos de sus "cohetes" como el de "la necesidad de pegar a las mujeres".

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    1. Gracias, Carmen. Sí, no sé por qué siempre hay alguna perlita que nos demuestra que los clásicos son humanos e imperfectos, como ese "cohete" que comentas. Con Aristófanes me pasa lo mismo, ese machismo suyo es imperdonable...

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