Todos tenemos envidia, pero ya puestos por qué no envidiar nuestras propias vidas. Envidiar nuestro aliento, la luz que nos daña el párpado, el frío que nos eriza la piel, ese abrazo cálido de la realidad. Si nos envidiáramos a nosotros mismos el camino se haría más fácil, porque ahí puede estar una de las claves de la felicidad, la brisa que deshilacha nieblas o que vuelve el fango más ligero, el impulso detenido y la pausa acelerada a un mismo tiempo. La autoenvidia es estar "en vida", aunque solo sea por juego sonoro. Así me he levantado, autoenvidiado, aunque parezca que no tengo motivos para ello. Y voy a envidiarme; he escrito un poema sobre este tema que me ha quedado maravilloso. Me envidio. Envidio mis movimientos, el teclear en este ordenador, la música triste que suena a mi alrededor, los recuerdos de un pequeño viaje ya terminado, hasta envidio esa lista de interinos que no avanza. ¡Qué más da! Es motivo de envidia. Envidio la voz rota, las lágrimas pr...
Las primeras palabras se plasmaron sobre piedra, quizás, estas de ahora las plasmo sobre las pantallas líquidas de vuestros ordenadores y teléfonos. Bienvenidos/as al espacio donde mis palabras tienen lugar.