Oye, tú, sí, la de la rosa en la mano;
la ladrona de aceitunas,
que las rellenó en sus propias cuencas;
la de mi otra mitad.
Sí, tú, sabes que me dirijo a ti.
"Cuando emprendas tu viaje a Itaca...",
no ruegues que sea largo, si quieres llegar a mí.
Tan solo corre, acelera y revoluciona el coche,
porque en este momento Ítaca
no es otra cosa más que yo.
Porque una de las miles de Ítacas se encuentra en mí
y te reclama;
exije que te presentes ante ella
y escuches atentamente lo que tiene que decir,
porque en su interior hay un secreto aguardándote.
Ven a mí, aunque sea por internet,
aunque los mares de agua se transformen en esa enorme telaraña.
Acércate y pregúntame por ese tesoro que te pertenece.
Dime que no lo romperás, que lo respetas;
Tranquilízame y conviértete por un segundo en el pedestal que lo sostenga.
En ese caso, te habrás llevado una parte más de mí,
la que te entregaré con más gusto,
la que pretendo ofrecerte desde hace tiempo,
la que descubrí yo mismo no hace tanto,
la que ya no te puedo ocultar.
Tú, que mataste a la Gorgona para apoderarte de sus serpientes,
y que las transformaste en una cabellera de rizos y tirabuzones,
prométeme que cuando llegues a mi Ítaca,
no saldrás corriendo ni a nado.
Y si al llegar a mí, como bien explica Kavafis,
me encuentras pobre, no pienses que te he engañado;
piensa que solo el viaje hacia mí
ya te ha llenado de riquezas,
que ha valido la pena.
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