Es muy placentero ver el cielo gris en una tierra acostumbrada al sol y al celeste extenso. Lo es, porque el terreno deshidratado y áspero, agrietado a causa de un periodo hídrico anterior extremadamente seco, ahora está húmedo, hinchado de agua y porque en estos momentos da vida donde parecía no haberla y surgen brotes verdes, hierbas extensas que ofrecen la luminosidad que aquí es más propia de arriba que de abajo.
Es evidente que la naturaleza siempre proporciona mejores lecciones que cualquier otra entidad. Un ser humano tiende a crearse más problemas que soluciones y, bien es cierto, eso le ha permitido avanzar y llegar a comprender muchas parcelas de la existencia y de la realidad; no obstante, también es producto y víctima de las propias borrascas que no producen verdor ni flores aromáticas ni visual ni olfativamente.
Mirando la foto que hice la semana pasada puedo declarar con toda seguridad que prefiero mil veces la naturaleza antes que el ser humano; porque aquella es un todo, que no es todo, salvo partes infinitas perfectamente conexinadas y con efectos inimaginables y el ser humano es, en cambio, una de esas partes de la naturaleza que producen efectos bellos y crueles, al creerse un todo que no es todo, mas solo parte.
Un camino infinito de arena, con charcos, hierbas verdes a los lados y una inmensa montaña de canela al fondo, culminada por velos nebulosos y, a sus pies, una llanura de casas blancas. La atmósfera parece pura, fresca, se respira con energía ese oxígeno que es vida y muerte a la par. En los charcos del suelo se conserva el azul del cielo, un reflejo de belleza, protegido de la vorágine político-económica que nos gobierna. Estoy un poco perdido en pensamientos caóticos, en el negro de los bordes de la foto, símbolo de porvenir nefasto, de desesperanza que desea ser esperanza de nuevo, pero que no consigo que lo sea.
El ser humano, parte que cree ser todo siendo solo parte de un todo, con conciencia más potente que el mismo todo.
Agarré el móvil con firmeza y detuve el tiempo en un segundo. Fue sencillo, casi mágico, apreté el botón y la realidad pasó a ser un charco más, un reflejo en la pantalla de mi móvil. Las salinas a mis espaldas se han inundado del líquido elemento de la vida y se han llenado de rosas y rojos salinos. Son flores líquidas. Luz a nuestros pies, donde suele haber sombras. Me pregunto si el futuro y, lo que es más importante, el presente podrán ser esa hierba que nace de repente de la nada, ese terreno vacío que recupera el agua colorida o un charco que nos acerca el cielo a la altura de los pies. Quiero pisotear ese cielo y ser quien se cierne sobre él. Y, mientras las noticias son pesimistas y la economía se deshace mortalmente en números rojos y ciudadanos famélicos y suicidas; así como a la vez que la oscuridad colma con sus espadas la esperanza de un futuro mejor, yo no puedo agarrarme a otra cosa que al placer de la vida, de la existencia y al canto de una naturaleza que siempre nos supera y nos da lecciones.
Hay que ser hierba que lucha por la supervivencia; saber cuándo es el momento oportuno, que siempre viene para aunar fuerzas y romper la semilla y la tierra y crecer hacia arriba contra todo advenimiento.
Qué honda reflexión. Nadando entre la oscuridad y la luminosidad, en el filo de la espada, como todos estamos en este momento; entre la salvación y la perdición, entre la hierba que nace y crece o se angosta y muere. Tiempo tempestuoso de incertidumbres. Todos tenemos miedo.
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