Siendo joven, el enfermizo Flaubert supo que su vocación era la escritura. Se sentía con esa necesidad. Conocer todo su proceso de escritor es tan sencillo como hacerse con su correspondencia y leerla con el placer propio de aquel que se topa repentinamente con un banquete repleto de entremeses, platos y golosinas suculentas. Leer las cartas que Flaubert escribía a sus amigos y a sus amantes, mientras proyectaba sus novelas y las redactaba, es tan sumamente interesante como fructífero. En ellas descubrimos reflexiones excelsas, donde se aclara, por ejemplo, que antes de iniciar la escritura es obligatorio despreocuparse del estilo, porque lo que interesa es preparar los planos sobre los que se plasmarán todos los detalles y la estructura de la novela. Una vez ha sido todo planificado, los diálogos, las descripciones, los personajes, la sucesión de "tableaux" (cuadros, que eran las diferentes escenas, según la terminología Flaubertiana), etc. el artista puede empezar su obra. En ese momento decidirá qué estilo utilizará.
Flaubert estuvo obsesionado con el estilo y la sonoridad de sus textos. Buscaba las palabras adecuadas y no soportaba las cacofonías ni las rupturas sonoras. Para localizarlas, leía en voz alta todo lo que había escrito durante el día y sufría las consecuencias originadas por la dificultad para hallar el término exacto.
De Flaubert destaca sin duda su impresionante Madame Bovary, de la que se ha venido a conocer como la primera novela moderna.
Al principio, extrae de su propia experiencia el material necesario para explicar la novela, los logros de Flaubert y la importancia que tuvo dicha obra, cuando en su juventud la leyó por primera vez en París. Desde entonces, pasaría a declararse como flaubertiano.
En la segunda parte analiza la novela propiamente dicha; todos los aspectos técnicos, los personajes, el ritmo, los orígenes de cada aspecto de la novela, los personajes, entre otros muchos aspectos. Todo ello, apoyándose en la correspondencia de Flaubert, en los análisis de otros escritores y en el análisis mismo de la obra.
Y finalmente comenta la relación y la repercusión de la obra para la posteridad novelística. Después de Flaubert y Madame Bovary, la prosa no volvió a ser la misma nunca más. La novela alcanzó un nivel superior, la mediocridad vista como lo propio de lo normal ocupó un lugar dentro de la prosa y, con el descubrimiento del estilo indirecto libre, se pudo expresar el pensamiento de los personajes sin llegar a realizarlo desde el interior del mismo personaje, lo que años más tarde permitiría a Proust escribir una obra magnánime donde buscó encontrar la memoria perdida.
A mí personalmente, al igual que le ocurrió a Vargas Llosa, me produce un impacto mayor la idea de que una obra hay que planificarla, de que "pour qu'une chose soit intéressante, il suffit de la regarder longtemps" (para que una cosa sea interesante, basta con mirarla mucho tiempo.) o de que no hay temas buenos ni malos, sino simplemente es necesario imprimirles el enfoque y el estilo adecuados.
Reconozco que no he logrado terminar las dos lecturas que intenté de Madame Bovary, pero sé que es cuestión de encontrar el momento oportuno. Estoy convencido de que es mejor dejar la lectura de un libro que no llena y esperar que llegue el momento de leerlo. Siempre habrá un momento adecuado y más oportuno.
Ahora estoy siguiendo ese proceso planificador. Espero llegar a ser un arquitecto de novelas al menos suficientemente bueno para proyectarlas bien.
ARQUITECTO DE NOVELAS, ME ENCANTA QUE LO SEAS. BESOS DE PALABRAS DE COLORES.
ResponderEliminarMuchas gracias siempre por tus buenas palabras. Proyectando, proyectando... A ver si lo consigo.
EliminarLeí el libro de Vargas Llosa antes que Madame Bovary. La orgía perpetua estaba editada por la editorial Bruguera que, a principios de los 80, se distribuía en las librerías de pueblo. Me encantó la forma de recrearse en los detalles; por ejemplo, la visión de los botines de Emma. He leído tres veces Madame Bovary. Llegué a odiar a Emma. La veía tan tonta y egoísta... Era tan terriblemente real en su estulticia y su mala suerte... "Madame Bovary soy yo", llegó a decir Flaubert. Ahora solo puedo decir que Madame Bovary es una auténtica maravilla artística, y que Bouvard y Pecuchet es una de las obras más renovadoras de la literatura. De ahí partieron Kafka y Joyce. Un beso, José Luis, y adelante con tu papiro.
ResponderEliminarCarmen, gracias por tú comentario. Ya veo que Emma Bovary suscita muchas opiniones. Espero que el próximo intento me enamore de la obra y pueda disfrutarla como merece. Flaubert es sin duda un escritor revolucionario desde el sentido artístico de la palabra.
EliminarY espero seguir con la elaboración de este papiro, aunque debo confesar que no hay semana que se me pase por la cabeza dejar que las palabras líquidas se disuelven; hay algo que siempre me lo impide: las ganas de escribir. Un beso, Carmen.