Arrasa el azul cielo las nubes grises,
no puede el sol con su espadas
cortar en jirones su espesor
Agosto ya moría definitivamente
en ese abrazo cruel del nubarrón
y el horizonte sufrió el apagón.
Salen los peces a la superficie,
unas gaviotas perdidas tocan tierra,
están desorientadas, desilusionadas,
una tormenta se desata en rayos
y el sueño del bañista se oscurece.
Quiere paz y tranquilidad, aquel sol,
luz caliente de antaño, del segundo anterior,
pero ni luminosidad que arda queda.
Lanzan los cúmulos una horda de flechas
mojadas de virus y resfriados, de cambios;
huye el hombre con precipitación,
busca abrigo más allá de su toalla,
se cubre con un libro, que se arruga,
no es el tiempo el causante,
no el de Cronos, sí el de Zeus.
El hijo mató al padre,
fue en defensa propia, dicen.
Hombre sin techo, indefenso,
es herido por las saetas.
Se alzan las olas, susurraba el viento,
ahora sopla y grita espuma.
Allí divisa un hueco.
Se alza imponente la ola,
crea un tejado blanco,
donde se lanza el muchacho
y cae en un sueño sin retorno,
el refugio eterno de la muerte,
una huida inútil.
Si estalla el incendio en el cielo
no hay salida para quien no quiere,
para el escandalizado que no mira,
que no se detiene ni elabora estratagema.
Su pavor detuvo sus neuronas,
alertó su falso instinto alocado
y la cuchilla de la orilla comió desesperada
su reblandecido cuerpo.
La huida nunca es una solución, al menos no una definitiva. Si llega el invierno hay q pertrecharse, construir un refugio y armarse con un buen libro. En la vida tb, cuando amenazan las nubes hay que apoyarse sobre sólidos pilares y capear el temporal. Un abrazo.
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