Una de las peores invenciones es el futuro, algo tan incierto y confuso que poco nos aporta.
Pensar en futuro es crear expectativas y proyectos que, como tal, entran dentro de lo probablemente desplomable. Es lo que tiene hacer planes; al hacerlos estás balanceándote en un hilo fino y peligroso, a merced de las ventoleras y, a medida que avanzas, el hilo se va desgastando y tú, claro, sigues proyectando sin recibir nunca recompensa; viendo una luz que enseguida es engullida por las sombras y así infinitamente.
¿Qué sucede entonces?
Nos quemamos y los proyectos se amontonan. Como bien dice Elvira Lindo en su obra Lo que me queda por vivir: "Lo que me quema la sangre es la impaciencia de un futuro que nunca llega". Y cuánta razón tiene. Ese futuro que nunca llega. Y no llega porque no ha de llegar, porque esa es la función del futuro: ser inalcanzable; estirarse hacia el infinito. El problema está en que nosotros no podemos estirarnos tanto. De ahí nuestra preocupación.
Por eso, quizás, debería haber ya aprendido lo que mi padre lleva prodigando desde hace mucho tiempo: "No hay que hacer planes". Así no caemos en el vacío. Pero yo mismo lo he dicho, debería, pero no creo que lo logre, ya que en el fondo he nacido para proyectarme, aunque sea mentalmente, aunque caiga en la desesperación del que nunca llega a ninguna parte, a ningures. El caso es que si no proyecto, se me desmoronan los planes por adelantado, porque ni siquiera les doy la oportunidad de que se hagan realidad.
CARPE DIEM ET CARPE NOCTEM, PORQUE NADA HAY SEGURO EN ESTA VIDA, NI EL PROPIO PRESENTE.
ResponderEliminar