Voy a inaugurar una sección en mi blog, cuyo contenido estará compuesto por pequeños relatos que escribí hace años. El primero lo imaginé en Granada; una de esas terribles mañanas de ciudad en las que la contaminación se vuelve visible en forma de nube grisácea para cubrir nuestras miradas de un escalofriante velo. Me pasó que, de repente, me vi transportado a un futuro no muy lejano, pero tremendamente triste.
Este es el relato:
Imagen extraída de la web ecoclimático.com
Año 2050
¡Ojalá pudiera cambiar el mundo y seguir el paso de los cangrejos en la línea del tiempo! Quizás así, todo habría sido diferente. Quizás, Gea no se habría enfadado y nuestros actos no habrían acabado desquiciando a su propio ser. Quizás no se habría transformado en aquel planeta en fase terminal.
Recuerdo los pétalos de aquella margarita podrida arrancados uno a uno por mi abuela, mientras me contaba aquellas historias de su juventud, cuando todavía el mundo era bello. Con toda seguridad, lo habría seguido siendo si no fuera por nuestra culpa. ¡Ojalá el cielo siguiera siendo aquel retal donde el sol y la luna pintaban a su antojo! Un lugar donde los sonidos fueran susurrados y acompasados por mil y una melodías de tonalidades infinitas. Un espacio lleno de vida...
Soñé y soñé con todas aquellas palabras procesando por el tendido vocal que salía de la garganta de mi abuela: el sonido de los pájaros, el verdor de las praderas, el infinito azul del cielo, animales de lustrosa piel pastando en un inmenso mar de árboles milenarios y coloridas flores aromáticas. Quise ver en mis recuerdos aquel mundo que mi abuela había podido observar. Aquella realidad que las fotos y los cuadros mostraban tan viva; una realidad a la que ahora parecía que le habían vertido un cántaro de estiércol.
Soñé con poder cambiar ese mundo que me rodeaba con su pestilencial atmósfera y deseé acabar con los sufrimientos de Gea, con esos llantos que se sentían al palpar la corteza de los ennegrecidos árboles, cuyas copas se habían desvestido de toda envoltura.
Todo era destrucción. Tan solo nos quedaría siempre la belleza que nuestra imaginación era capaz de crear al cerrar los ojos. Por eso, los cerré con intensidad y grité con todas mis fuerzas a la humanidad de hace cuatro décadas, intentando que me escuchasen:
- ¡Cuida a Gea antes de que sea tarde!
No podría naufragar en el mar del pasado, pero mi mensaje tal vez sí.
Comentarios
Publicar un comentario