Esta historia la leí ayer en el libro que os comenté (Le rire du cyclope). La traduzco de memoria aquí abajo.
Están juntos una mamá dromedario y su hijito. El niño, como cualquier hijo de vecino, empieza a preguntar y encadenar una secuencia de porqués inacabable:
- Mamá, ¿Por qué tenemos estas pestañas tan largas?
- Hijo, para qué va a ser; pues para que no nos entre en los ojos la seca arena del desierto.
La madre suspira al ver que ha podido responder a la pregunta de su pequeño. Pero pronto se le acaba la relajación, porque el dromedario pequeño formula una nueva pregunta:
-Ya veo. ¿Y por qué tenemos esta joroba ahí arriba? He visto que los caballos no la tienen.
- Muy sencillo; en el desierto el agua escasea y el sol evapora la poca que pueda caer de las nubes, así que para evitar que nos muramos de sed guardamos mucha agua en esa joroba. ¿Es útil, eh, hijito?
- Muy útil, sí, sí. Y ¿por qué tenemos esas almohadillas en los pies?
La madre se calma de nuevo. Ha podido responder otra vez. A pesar de todo, sabe que cuando las preguntas empiezan ya no hay quien las pare. Mira a su hijito y ha de reconocerse a sí misma que un nuevo proyectil cuestinador se le viene encima:
- Pues, para qué va a ser. Hijo, tienes unas cosas a veces... pues, porque la arena del desierto es blanda y está muy muy caliente. Esas almohadillas nos protegen del calor y nos permiten caminar con firmeza por la arena.
El pequeño dromedario se queda callado durante unos segundos. Mira en derredor y sonríe. Sabe que la siguiente pregunta va a ser infalible. Al fin va a conseguir desquiciar a su madre, como todo hijo pequeño busca. Ahora, la va a dejar sin respuestas. Estalla en risas y pregunta con brillo en los ojos:
- Si tenemos una joroba para tener agua con nosotros, unos pies perfectos para la arena del desierto y unas pestañas largas y finas para que no nos entre nada en los ojos, ¿Qué se supone que hacemos aquí?
Están juntos una mamá dromedario y su hijito. El niño, como cualquier hijo de vecino, empieza a preguntar y encadenar una secuencia de porqués inacabable:
- Mamá, ¿Por qué tenemos estas pestañas tan largas?
- Hijo, para qué va a ser; pues para que no nos entre en los ojos la seca arena del desierto.
La madre suspira al ver que ha podido responder a la pregunta de su pequeño. Pero pronto se le acaba la relajación, porque el dromedario pequeño formula una nueva pregunta:
-Ya veo. ¿Y por qué tenemos esta joroba ahí arriba? He visto que los caballos no la tienen.
- Muy sencillo; en el desierto el agua escasea y el sol evapora la poca que pueda caer de las nubes, así que para evitar que nos muramos de sed guardamos mucha agua en esa joroba. ¿Es útil, eh, hijito?
- Muy útil, sí, sí. Y ¿por qué tenemos esas almohadillas en los pies?
La madre se calma de nuevo. Ha podido responder otra vez. A pesar de todo, sabe que cuando las preguntas empiezan ya no hay quien las pare. Mira a su hijito y ha de reconocerse a sí misma que un nuevo proyectil cuestinador se le viene encima:
- Pues, para qué va a ser. Hijo, tienes unas cosas a veces... pues, porque la arena del desierto es blanda y está muy muy caliente. Esas almohadillas nos protegen del calor y nos permiten caminar con firmeza por la arena.
El pequeño dromedario se queda callado durante unos segundos. Mira en derredor y sonríe. Sabe que la siguiente pregunta va a ser infalible. Al fin va a conseguir desquiciar a su madre, como todo hijo pequeño busca. Ahora, la va a dejar sin respuestas. Estalla en risas y pregunta con brillo en los ojos:
- Si tenemos una joroba para tener agua con nosotros, unos pies perfectos para la arena del desierto y unas pestañas largas y finas para que no nos entre nada en los ojos, ¿Qué se supone que hacemos aquí?
Conversación mantenida en el zoo de Barcelona.
Los niños nacen con el instinto del porqué; y cuando este se activa no hay quien lo detenga: en ello le va su supervivencia; puesto que debe aprehender el mundo lo antes posible.
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