Qué triste es tener que callarse y parecer contento por tener un trabajo que no te llena en absoluto ni te hace crecer, sino más bien lo contrario; pero da sustento y alimento que es lo único básico en estos tiempos presentes. Más triste todavía es no tenerlo.
En este país el verdadero afortunado es aquel que puede desempeñar su vida en un oficio que recorre todas sus venas y asoma por todos los poros de la piel. ¿De esos hay muchos?
Hace unos años, cuando aún no sabía a qué quería dedicarme, me asaltaba la duda constantemente y me planteaba cómo sería mi futuro. Sin ser yo un genio, a un momento dado supe que el esfuerzo y la constancia suelen vaticinar metas alcanzadas. Así paso a paso, escalón a escalón, uno va ascendiendo a las alturas de la montaña desde donde divisará toda la periferia y, con suerte, verá entre las neblinas del horizonte la cúspide donde desea plantar su bandera personal y pasar el resto de su existencia. Vi esa montaña y creí que iba en la dirección correcta. Me equivocaba. Dudo que encuentre la cúspide. Llegar solo llega el rico, el que posee medios y contactos. A fin de cuentas la historia humana se resume en eso. Con los años he podido comprobar que ni el esfuerzo ni la constancia ni la inteligencia ni otras muchas cualidades provocan el éxito. Mi gran triunfo comenzó cuando hallé el oficio que completaba mi persona; el escudo perfecto con el que afrontar el vacío que se impone a todos nosotros. El mundo es vacío. Yo siempre lo he visto así. Estamos aquí para combatirlo, pero no hay modo alguno de vencerlo. Un día me desperté y supe lo que quería ser. Mentira. Eso sería lo idílico, despertar del mundo tenebroso del sueño y vislumbrar aquello que será tu objetivo. No hay en la vida nada que aparezca de repente. Todo es siempre un proceso, una acumulación de circunstancias, de hechos y maneras que, en la mayoría de los casos, somos incapaces de captar hasta el momento en que ocurren. En buena medida, cuando supe que me quería dedicar a la enseñanza, yo ya sabía que quería hacerlo. Fue algo así como un flechazo. ¿Existen las flechas del reconocimiento? Me lo planteo a bote pronto, sin previa reflexión, por el simple hecho de que en mi vida lo importante, mi propio descubrimiento, ha surgido por flechazos; un poco como la bombilla que se dice que se les enciende a los genios. Quizás en nosotros hay dianas ocultas en los frondosos bosques del ser humano y en un momento dado el cazador que llevamos dentro consigue acertar y descubrir. Tenemos un cupido interno, de ahí su ceguera. Pues mi arquero había pasado cientos de veces por delante de esa diana (la enseñanza) y aun habiéndola palpado con anterioridad nunca la había detectado, hasta que al final acabó haciéndolo. Todo es previsible. Todo puede verse si permanecemos atentos. Todo es visible para aquel que quiere ver. La crisis no hemos querido verla. Los desengaños tampoco.
La enseñanza es mi sueño. Creo que es lo que me podría completar a nivel profesional, pero se hace de rogar. La rozo con las yemas de los dedos y se escurre; la enseñanza y mi vida son en estos momentos como dos imanes que se repelen por estar enfrentados en su polo. Y no me rehuye por casualidad. Es esta crisis. Son estas medidas absurdas, esos recortes sin sentido. Digo sin sentido porque recortan en cosas básicas e invierten en menudencias, en elementos franquistas, en rescates bancarios, en absolutas desigualdades.
A día de hoy, especialmente hoy, estoy desanimado, desesperanzado, sin ánimo. Tengo trabajo. Tengo que agradecerlo; lo agradezco, pero eso no quita que en mi interior sienta una garras arañando, una bomba que ha estallado y se expande por mis intestinos y mi estómago y me entristece. Me repito: agradezco tener trabajo, porque gracias a ello puedo comer. Ahora bien, detesto a todos esos gobernantes y a todos los banqueros que juegan con nosotros. Odio con todas mis fuerzas haber vivido tiempos de bonanza que me han hecho débil. Tiempos de falsa bonanza, de créditos y granujas abusadores. Somos culpables todos. Yo, el primero, por creerme el cuento de que tendría un futuro. ¿Qué futuro hay si no hay casi presente?
El vacío está en el trono y nos va a aplastar a todos. Sálvese quien pueda, porque la cacería hace tiempo que comenzó. Schopenhauer ya lo dijo: "La vida es una cacería incesante, donde los seres, unas veces cazadores y otras cazados, se disputan las piltrafas de una horrible presa. Es una historia natural del dolor, que se resume así: querer sin motivo, sufrir siempre, luchar de continuo, y después morir ... Y así sucesivamente por los siglos, de los siglos hasta que nuestro planeta se haga trizas." ¿Por qué es así la vida? Por mucho lobo que haya siempre habrá más ovejas. ¿Qué estamos esperando para terminar con los lobos?
Para algo asi las ovejas tendrian que ponerse de acuerdo, pero como siempre hay a quien le va bien que haya crisis para los demás...no se avanza...
ResponderEliminarCondenados a que a historia se repita siempre en detrimento de la mayoría... Quizás algún día esto cambie, pero no tiene pinta de que así sea. Un saludo, Noemi.
EliminarTe vas adentrando con paso firme en las entrañas de la existencia, en los recovecos del ser humano, en sus miedos inmemoriales y en sus zozobras cotidianas. Y con mano firme usas la palabra quirúrgica para hacer visible nuestra propia vida que nos atormenta. Bravo por esta entrada.
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