"Todo lo que era sólido se desvanece en el aire".
MARX
En mi enfermedad por los libros hay también un placer cotidiano sin el que no podría vivir.
Aunque hace frío y el cuerpo, expuesto a la intemperie de la calle, esté aterido por este ambiente siberiano, he salido esta tarde para despejarme y me he dado una vuelta por los estantes de la librería Metáfora de mi calle (algo así como un hogar más para mí) y, mientras miraba las novedades y la mesa de libros a precios asequibles, he vuelto a caer en la tentación y me he comprado un nuevo libro. Es este vicio, esta enfermedad, donde hallo asimismo el aroma del placer cotidiano. En él entra en juego la atracción visual por una portada llamativa o por la explosión de un buen título, así como la sensación producida por el tacto de los dedos al palpar las hojas del libro o por el estímulo provocado por una frase leída al azar. Es esta llamada del libro uno de mis mayores placeres. La pena es que haya gastado un dinero, que me hace falta, en otro libro más que devoraré con la fruición del goloso voraz que engulle todo dulce o salado que se pone a su alcance, incluso cuando la tripa parece estar a punto de eclosionar.
Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina, es el libro con el que he salido de la librería en una bolsa de plástico. Parece que en él analiza cómo hemos llegado a la situación actual en nuestro país. Seguramente no sea solo un ensayo sobre la política, sino que también encontraré en él una mezcla de literatura, saber, lógica, solidez; esa solidez que aportan las palabras bien hiladas y repletas del encanto que solo un buen narrador es capaz de tejer. Sólido lo que era y ya no es. Sólido lo que era y seguirá siendo, como ese aire frío de un día de febrero como el de hoy, donde ni el sol es capaz de calentar la carne del cuerpo. Sólida y firme, como la llamada que me ha hecho ese libro, como esa fuerza arrolladora que me ha apisonado en la superficie del mismo y que parece una parte más de mi cuerpo; porque a fin de cuentas esa es la relación real entre la literatura y el lector, el enlace acontecido entre un ser humano y un libro que desde siempre ha formado parte de él mismo y que, en cuanto están
cerca, se reconocen como una misma parte que se reencuentra.
Mi placer cotidiano es esa adquisición, el gusto por los libros, aunque mi cuenta sufra las consecuencias.
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