... no es que pretenda tocar ¿con las manos? el cielo.
Safo
Hoy es domingo y con la mente puedo asir el manto del cielo; con las manos yo sí puedo abarcar el cielo.
Creo que a todos nos ocurre lo mismo con respecto a este día de la semana. Es un día que se separa radicalmente del resto de la semana y es, además, la cúspide de la tristeza, símbolo del final de un periodo. A veces tiene un regusto a muerte, a fin de la vida, del color. Sin embargo, uno se asoma a la ventana y ve ese cielo azul luminoso y descubre la calle tranquila sin un alma (âme qui vive, como dicen los franceses) y, evidentemente, uno siente cierto sentimiento contradictorio de bienestar, de agradecimiento a los placeres que el domingo ofrece (más aún si es un día como hoy) y de aburrimiento, de inactividad, de frío intrínseco, de nostalgia y grisura interna.
El domingo fue durante mucho tiempo el día de la misa. Cuando la gente no tenía ni dinero ni recursos, sabían que el último día de la semana implicaba necesariamente un hito. De llevar una misma ropa durante toda la semana, el domingo cambiaban y se vestían con una prenda distinta: se endomingaban. Porque esos días de misa dominical era el momento escaparate de la población.
Yo ni me endomingo ni me he quitado todavía el pijama. ¿Acaso me lo quitaré hoy? Es temprano para un domingo. Se supone que hoy uno debería dormir hasta hartarse, pero no he podido. La cama estaba esta madrugada fría y solitaria. Me he desvelado en la más absoluta oscuridad. De fondo escuchaba una respiración, que hubiera apostado que era humana. Allí solo estaba mi Xena en su camita. Por su respiración sé que estaba tranquila y sumida en un profundo sueño. Quién sabe, lo mismo estaba soñando conmigo. Yo, por un instante, he pensado que la almohada que abrazaba eras tú y la respiración era la tuya. Por desgracia, el frío es un testigo detestable. Si hubieras sido tú, las sábanas no estarían ateridas, tu cuerpo sería cálido y suave y, en lugar de una almohada inanimada, entre mis brazos tendría ceñida la vida que más me gusta; percibiría el fulgor de la existencia a través de los latidos de tu corazón y el bombeo de tu pecho a cada respiración. Pero no estabas ahí y el gélido aire me lo recordaba. Con el móvil al alcance de la mano he podido leer que ese mismo frío te recordaba a ti también mi ausencia en tu cama. Tú eres mi único rezo. El rezo de un ateo que aclama a la noche y al día que me acerque a ti lo más antes posible.
Hoy es domingo. Es 10 de febrero. Un día como hoy intercambié las primeras palabras contigo. Tú y yo conservamos el calor, que cada día es más intenso y es llama y es ilusión. Por fortuna, mi domingo no es día de misa ni el domingo de hoy es el mismo recuerdo nefasto que puede tener mi madre. Hoy es triste porque no lo puedo pasar contigo, pero es en el fondo muy alegre, porque estás ahí y pronto pasaré muchos días contigo.
Muy pronto. Lo sé.
El domingo amaneció endomingado de frío y recuerdo,
salían los pueblerinos y miraban con atino,
pero solo veían la fachada de lo verdaderamente fijo,
que lo importante está dentro del velo tupido.
Sujetaba yo la almohada como tu cuerpo
y ahora sé que tú en mí eres eterno.
Safo con las manos no abarcaba el inmenso cielo;
yo lo abarco en cada abrazo que te entrego.
Levantarse con la persona amada es realmente una de las cosas que la vida nos regala.
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