Salir a hacer la compra es algo habitual, que cada vez se está convirtiendo más en un hábito volátil, en esa duda que se extiende con la voracidad de saber si llegará un momento en que no podrás ir al supermercado a comprar alimentos básicos y pasarás a formar parte de las cada vez más numerosas personas que viven de la recuperación de alimentos en el contenedor de basura, abriendo bolsas de plástico, tanteando los estómagos de pestilencia de la basura, porque no quedará otro remedio, no habrá nada.
La duda de la necesidad y de la angustia, de la desesperación.
Esta mañana he salido a comprar pan y leche y, cuando ya venía con la compra, me he cruzado con mi amigo alemán, un señor jubilado lleno de vitalidad y de soledad. Este hombre hace deporte a diario, tiene en casa una bicicleta estática, además de pesas; se desplaza a pie o en bici; y parece un hombre sano, pero está solo y eso le obliga a parecerlo y a ser fuerte. Conoce la soledad y lucha contra ella todos los días. En la terraza de su ático tiene su propio taller, contruído por sus manos, lleno de herramientas con las que ha ido modificando toda su casa en su beneficio. Su terraza luce un vergel de macetas y plantas; es su pequeño paraíso, donde él se siente a gusto mientras respira aire limpio, se toma un refresco y mira con detenimiento el cielo inmensamente azul, al mismo tiempo que en su mirada se descubre una tropelía de preguntas, de cómo ha llegado a ese estado de soledad, de cómo teniendo hijos y nietos se halla solo. Cada día desayuna y almuerza en el bar de debajo de mi casa, porque al menos posee una pensión bien merecida.
Este hombre no siempre estuvo solo.
Vino a España hace años acompañado de su mujer. Vivió con ella hasta que una enfermedad se la arrebató. Luego, encontró otra mujer con la que compartía su vida cotidiana, pero también falleció.
Pasé muchos meses sin verlo. Pensaba que se había ido a algún viaje, hasta que hace unos meses volvió a su rutina. Estaba más delgado, menos fuerte, pálido, deteriorado y sin embargo igual de cómico, con la misma intensidad humorística, con sus mismo comentarios y su análisis de la gente de a pie. Me contó dónde había estado. Criticó los recortes de Rajoy, a quien él llama Adiós, porque su nombre le recuerda a jau y eso a sayonara, a ciao. Y lo criticó negativamente, porque ahora ha sufrido en sus carnes los efectos de los tijeretazos en sanidad. Un día, estando tranquilamente en su terraza, vio cómo el cielo se oscurecía y cayó desmayado. Como pudo, al despertar, llamó a una ambulancia y fue directo al hospital. Le diagnosticaron problemas de riñón, hígado y próstata, que no he llegado a saber por completo porque él no habla casi nada de español, yo no tengo un nivel elevado en alemán y los gestos no explican una enfermedad a la perfección. En cualquier caso, el trato recibido en el hospital fue bueno, pero los tratamientos pésimos, el servicio mínimo, la comida escasa, el agua especial que necesita de pago y la soledad imperiosa. Transcurrió la vida en el hospital "madre", como él dice, solo durante unos meses. Sus hijos y nietos no se hablan con él y me entristece. ¿Qué habrá hecho para recibir tales consecuencias? No lo sé, pero me entristece.
A día de hoy, él puede hacer vida normal, aunque pasa cuatro días a la semana en el hospital.
No puedo explicar su vida; solo puedo contar su esfuerzo cotidiano para sonreír y sacar buen humor. Hoy me ha invitado a café, como siempre que lo veo, pero he declinado su ofrecimiento, porque tenía que volver a casa. En todo caso, hemos hablado un poco de política y me ha dicho con gracia: "Merkel y Rajoy en una bolsa y al mar."
Pues eso, estamos hartos de esos gobernantes que nos ahogan, cuando los que deberían ahogarse serían ellos.
Mi amigo seguirá con su lucha constante; yo trataré de sacar las fuerzas que se han escurrido por mis poros y escapar de la mordaza.
Tenemos que hacer que el cielo inmensamente azul no se oscurezca.
Quizá peor que la enfermedad es la soledad, especialmente si no es buscada. Quienes buscamos la soledad como un refugio deseado a veces no comprendemos la maldición que supone para quien no tiene otra opción. ¡Qué difícil aprender a vivir con uno mismo!. Quien busque su felicidad fuera de sí mismo siempre será infeliz, porque tarde o temprano, todo lo que está fuera desaparece o se termina. Quien vive consigo mismo tiene una oportunidad de hallar su camino en la vida. Saludo lillo.
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